Libertad, debilidad, soledad

 

Marina se miró en el espejo: estaba bonita, su vestido era muy elegante y sus pendientes redondos de oro brillaban gracias al contraste con el matiz de su pelo. Todavía se retocó los labios y ya estaba lista para salir de casa. Al subir al taxi que había pedido antes, notó que el taxista se la comía con los ojos.  ‘’Muy bien’’- pensó, ‘’He obtenido el efecto deseado’’.

Marco todavía no estaba en el juzgado. ‘’Va a llegar en el último momento, como siempre. Finalmente, llegó tarde incluso a nuestra boda’’- habló con si misma. Tenía razón , su ex-marido entró en el juzgado en el momento del incio del juicio. Ni siquiera la miró.

El juicio no tardó mucho tiempo. Fue un caso simple: la razón del divorcio fue la infertilidad de Marina y la infidelidad de Marco. No hubo ningunas lágrimas ni insultos.  La indiferencia y la serenidad dominaron las declaraciones de los esposos. La división de los activos de matrimonio tampoco fue problemática: el piso en el centro de Madrid para Marco y la casa de verano en las montañas para Marina.

Lo único que se le dijo Marco fue la despedida. Marina estuvo avergonzada, quería desaparecer, estar invisible. Se dio cuenta de que no había sentido vestirse tan elegantemente.  Marco probablemente pensara que ella quería llamar su atención y probarle que había perdido una mujer excepcional.  Eso era verdadero: Marina quería paraecerse a una mujer fuerte. Sin embargo, después del juicio de divorcio se sentía la más débil en su vida. El vestido caro, los pendientes de moda y los tacones incómodos pero muy guapos subrayaron esta debilidad. Le dio verguenza que fuera tan transparente para Marco, que su ex-marido pudiera leer sus intenciones.

Al salir del corte miró al cielo y se sintió muy sola. Huérfana y divorciada, sin persona a la que pudiera querer. Marco ya había hecho todo para que no lo amara, para que no extrañara los años pasados con él. Entonces era totalmente  libre, pero no sabía qué hacer con su libertad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                87 en su dirección de correo electrónico

 

                        Yo lo sabía. Sentía algo antes. ¿Qué  voy a hacer ahora? Imbécil! ¿Y quién es ella? ¿Cómo es? Pero cómo podia dejar tomarme el pelo…Se puede ver esas cosas antes. Y yo siempre le creía. ¡Qué hijo de puta! ’’ Te añoro, mi querida. Marina no sabe darme lo que tú me das.”  Te equivocas; ahora Marina va darte todo lo que mereces… Tantos años…  ’’Tengo que quedar más en el trabajo.” Sííí, horas extras ilimitadas, ¡qué cabrón!

 

                        Le voy a mostrar eso. Imprimir y mostrar. Arrojar en la cara, ¡que vea todo, que no pueda negar! Maldito ordenador, siempre se descontecta… ¡Joder! ¿Dónde está la pagina? No. ¡No! ¡¿Pero por qué no se puede ver el contenido?! ¡Qué cabrón! Y ella también debe ser así. ¿Pero por qué? Se ve estas cosas antes, debería intuir el engaño.  No es mi culpa. Yo no he hecho nada malo. Siempre con él, siempre para él. ¡Joder! ¿Por qué este puñetero ordenador no funciona? Venga, muéstrame la página. Uh, aquí está…

 

            veronica.martinez87@gmail.com: mostrar todos los mensajes. 278. Bueno. Nuestros enamorados han escrito mucho.  Imprimir todo. ¡Joder! ¿Cómo es posible que no haya tinta en la impresora? ¡Por dios, funciona! 87 en su dirección de correo electrónico. Puede que naciera en 1987. A él siempre le gustaban las chicas jóvenes. Las rubias jóvenes. Debe ser rubia.  Él y su trabajo, un marido perfecto. ’’Yo quiero tanto a mi Marina’’. ¡Pedazo de mierda! ¡Mentiroso! Voy a escribirle a esta chica como es nuestro San Marco, que sepa todo. Es posible que él no le haya dicho nada, que ella no sepa nada de mí… ¡Pero no! Él escribió que yo no sabía darle lo que esta chica le daba…Ella sabía que yo existía, que Marco tenía una mujer. ¡Puta! ¡Maldita! ¿Qué hago ahora? Hay que imprimir todo eso para tener una prueba. ¿Pero cómo imprimir cuando no hay maldita tinta en la impresora?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                Buscando una solución

                                                                                                                                  

 

 

            Marina no sabía cuánto tiempo había pasado delante del  ordenador. ¿Una hora? ¿Puede que dos horas?, se preguntó. Ya estaba tranquila. Escuchó la puerta abrirse, eso debía ser Marco: reconoció sus pasos en el vestíbulo. El hombre le saludó a Marina y la miró de reojo.  Parecía que Marco no sentía la tensión en el aire que rellenaba el salón. ''Marco, yo sé todo. Yo sé que tienes una aventura con ella. ¿Cómo se llama la chica? Verónica.  Tienes aventura con veronicamartinez87@gmail.com. '', Marina dijo en voz baja y resignada.

 

            Marco se sentó cerca de su mujer. Lo admitió todo con una serenidad acompañada por indiferencia.  No pidió perdón a Marina. Añadió solo que no quería decirle lo de la aventura antes, porque la traición le daba vergüenza. Además, ocurrió que su amante estaba embarazada. Marina no lloró, no le echó la bronca a su marido infidel. Salió de casa para tomar un poco de aire. Durante su paseo se percató de su  enorme soledad cuya proba fueron la indiferencia y falta de remordimientos por la parte de Marco: ''Yo ni siquiera tengo  a persona con la que pueda discutir'', pensó la mujer. ''No tengo padres, ni marido, ni amigos. Nunca he conocido a una persona que sea para mí un verdadero amigo. Soy introvertida, de acuerdo. Los esposos engañan, los padres mueran, eso está claro.  ¿Pero cómo es posible que en un momento cuando mi vida se complica tanto no haya ningún que pueda consolarme?'', se preguntó.

 

            Marina había pensado en el suicidio varias veces. Sin embargo, el suicidio nunca le había parecido una solución más racional que en aquel momento. Tenía muchas ideas: tomar demasiado somníferos, colgarse (por ejemplo con el cinturón preferido de Marco), tirarse a las vías de tren (pero eso complicaría la vida de los pasajeros de este tren hipotético: todos llegarían tarde a sus reuniones, al trabajo o a las clases) o arrojarse frente a un coche (aunque eso sería cruel: es posible que el conductor tenga los problemas psicológicos duante toda su vida). Finalmente tuvo una idea: saltar de un puente. El puente estaba cerca del parque por aquel se promenaba, podía saltar y desaparecer en menos de 10 minutos. Se fue allí y se  sentó en el puente. '' ¡No malgastes el tiempo, Marina! Uno, dos, tres, ¡venga!'', gritó a sí misma.

 

 

 

 

 

                                               La profundidad de emociones

                                                           

 

 

            ''Aquí es difícil suicidarse. El nivel de agua es bajito, es más o menos medio metro. Es muy probable que después de saltar, termine con una discapacidad grave, que sea coja. ¿Quiere arriesgar tanto?'', Marina escuchó una voz áspera y miró hacia atrás para comprobar quién había dicho todo eso. A unos 15 metros de ella, detrás de un de pilares del puente, se encontraba el autor del comentario.

 

            Era un hombre de estatura media, llevaba un manto largo,  un poco estilo Matrix, unos zapatillas deportivas de colores chillones que totalmente no iban con su abrigo y una mochila a cuadros que estaba tan llena que parecía el caparazón de una tortuga enorme. Tenía también un cigarrillo laminado en su boca que fumaba lentamente como si quisiera saborear el tabaco o el cannabis (su mirada relajada y plácida indicaba que era más bien el segundo).  Se veía que hacía mucho tiempo desde que el muchacho había lavado su cabello rizado.

 

             Marina subió de la barandilla de puente a la acera y se acercó al hombre. ''¿Por qué me dice eso? No le he pedido consejo'', le respondió con una sorpresa mezclada con cólera. El tipo sonrió ligeramente, pero en su sonrisa no había ironía, era una de estas sonrisas llenas de empatía, de cierta sabiduría que resultaba de un profundo conocimiento de la naturaleza humana. ''Se lo digo porque he visto varios intentos de suicidio.  Usted quiere vivir, lo puedo escuchar en el tono de su voz.  Primero, no hay sentido que muera cuando quiere vivir. Segundo, aquí es muy bajo y como ya he mencionado, es más posible que saltando de aquí se rompa la columna vertebral que se ahogue'', el muchacho contestó a Marina.

 

            Marina echó un vistazo al arroyo ancho que fluía debajo del puente. El hombre tenía razón: el fondo del río era tan poco profundo que desde  arriba se veía las piedras y unos desechos que estaban en el lecho. Después de un momento de contemplación silenciosa, la mujer se giró hacia el hombre pero él ya se había ido, solo se podía distnguir su figura al final del puente. ''¡Gracias!'',  Marina gritó en su dirección.

 

 

 

 

 

                                                           Una cara conocida

 

 

 

            Marina volvió a su piso. El sentimiento de soledad no le había abandonado: en su casa lo sentía todavía más que en el palacio de justicia. Se quitó los zapatos de tacón, colgó su abrigo en el perchero,  se acostó en el sofá y encendió la tele. Durante unos minutos vió un programa con una mirada indiferente, ni siquiera sabía de qué hablaba el presentador. Eran noticias, una serie de reportajes cortos sobre los problemas de la comunidad local. Los párpados de Marina se cerraban despacio, cuando de repente en la pantalla apereció una imagen que la despertó…

 

            Era él… La misma cara, el mismo pelo, la misma estatura. En la pantalla había una foto del hombre que hacía unas semanas impidió a ella que se suicidara. Aunque entonces había hablado con él no más que un rato, se acordó muy bien de como era. Marina subió la voz: ocurrió que el hombre fue buscado durante 10 años, era acusado por unos delitos financieros, tenía muchas deudas. Se escondía de la polcía.  Ayer encontraron su cuerpo en el río que pasaba por la ciudad. Eso fue un suicidio.''Saltó del mismo puente y puede que lo hiciera el día cuando hablamos… Me mintió que no se podía matar saltando de allí'', pensó mujer.

 

            Marina se acercó de la ventana. ''Entonces el suicida salvó mi vida'', se dijo a si misma. Miró el cielo: la puesta de sol era maravillosa, las nubes naranja y violeta parecían crear un espectáculo visual para los habitantes de la ciudad. Marina ya sabía que podía empezar una nueva vida. Que el engaño de Marco que condujo a su intento de suicidio, era un nuevo nacimiento. En su cabeza escuchó otra vez las palabras de suicida… El hombre tuvo razón: ella quería vivir.