El proyecto Lázaro

Prólogo

La doctora Elena Vázquez tomó un sorbo de café. Con la otra mano hojeaba los documentos buscando una tarjeta con el nombre Silva. Después de un rato, la puerta se abrió y entró una pareja de mediana edad. Sentándose, se disculparon por llegar tarde.

—  Su hijo ha estado en coma durante tres años, no cumple los requisitos del proyecto Lázaro — dijo mirando el historial médico — pero debido a su corta edad, podemos comenzar a sacarlo. Necesito sus firmas en el contrato. Luego, uno de los Salvadores se conectará con la mente de su hijo, entrará al mundo creado por su imaginación, se acercará a él para ganar su confianza y le sacará — muy cansada recitó la fórmula, que repetía cada día varias veces.

— ¿Entonces recuperaremos a nuestro hijo? — preguntó con la voz temblorosa la señora Silva.

La doctora Vázquez frunció el ceño. 

— Probablemente sí. El proyecto funciona desde el año 2025 y durante los últimos 10 años su eficacia supera el 85%.

— ¿Podemos dar algo al Salvador? — preguntó el padre con esperanza.

— Es imposible - dijo la doctora. — La identidad del Salvador es secreta. Su apariencia se adaptará a la edad del paciente. Lo hacemos para evitar los contactos entre el Salvador y el paciente después del coma. Eso solamente produce los problemas.

La pareja se miró con sonrisa. Después de tres años de pesadilla sabían que ese podría ser la única forma de recuperar a su hijo, firmaron el contrato y salieron.

Elena se estiró y con café en la mano fue a buscar a Yosef. Cuando entró en la habitación, le dio en la nariz el humo de los cigarrillos. Dentro había tres hombres que hablaban. Llamó a uno de ellos. Él le devolvió la sonrisa levemente, se despidió de sus amigos y se levantó de la silla. Cuando iban por el pasillo, Elena notó la cara inquieta de su amigo.

— Ese chico ni siquiera tiene 20 años — dijo reconfortante — un mes y volverás.

Entraron en una habitación. Yosef suspiró al ver lo que estaba dentro y se echó en la cama. Después de un rato, sintió el metal frío en la sien. Le pasaron escalofríos cuando las agujas afiladas se clavaron en el cuello. Cerró los ojos lentamente.

 

El primer encuentro

Al entrar en el edificio, sentí el aroma del café que flotaba en el aire. Me senté en uno de los sofás de terciopelo. No sé cuánto tiempo estuve esperando, pero de repente percibí el olor radiante del jabón de camomila y al mismo tiempo escuché los pasos suaves en la escalera. Levanté la cabeza con curiosidad y vi un chico. 

Era joven, tenía más o menos diecisiete años. Parecía que acababa de ducharse. Las gotas de agua goteaban de su pelo rizado y fluyendo por su rostro, caían al suelo de mármol con un chapoteo silencioso. Noté algunas cicatrices pequeñas en su mano izquierdo, en la que tenía un libro. Levanté la vista, contemplando su cara pálida. Sus ojos me llamaron la atención de inmediato. Eran bastante grandes y marrones, tan claros que en la luz parecían dorados. Cuando me dedicó una mirada sus ojos brillaban como el atisbo de la aurora en una noche tormentosa. Su rostro era casi perfectamente simétrico, con muchas pecas en las mejillas y dos lunares debajo de los labios. 

Una arruga profunda apareció entre sus cejas pobladas. Después de un largo momento de mirarme en silencio, dijo con la voz inesperadamente baja, que se llamaba Dorian y levantó la mano para darme la bienvenida. La piel de su mano era anormalmente suave, como si nunca hubiera tocado una superficie áspera. Cuando sonrió, los hoyuelos aparecieron en sus mejillas y no desaparecieron incluso cuando la sonrisa desapareció. 

Cuando me preguntó cómo había estado mi viaje, me dio la sensación de que no era por curiosidad sino por tener una oportunidad de charlar. Su madre se acercó a nosotros y dijo que las chicas de la isla estarían locas por mí. Dos manchas rojas aparecieron inmediatamente en las mejillas de Dorian, que cruzó los brazos y no dijo ni una palabra hasta la noche.

 

Los mejores días del verano

Intentaba siempre tenerle dentro de mi campo de visión. La sensación de que yo era un intruso en su vida, muy rápidamente, se convirtió en nuestra amistad. Cada día estábamos juntos y la verdad es que nunca había sido tan feliz. Todo ocurría como lo deseaba, nadábamos en el lago, tomábamos el sol, paseábamos, hablando cada día... Estaba siempre cerca de él. No quería pensar que demasiado. Sabía que teníamos el tiempo contado, pero intentaba no contarlo y no pensar en el riesgo de nuestra relación y la falta total de perspectiva.

Por las noches salíamos al lago. Él sentaba cada vez en el mismo lugar, vestido con la camisa con los botones siempre desabrochados. No hacía nada, simplemente se abrazaba las rodillas, pero al mirarle sentía ternura hacia él. Era la mejor persona que había conocido en mi vida.

Nuestros mejores momentos tenían lugar por las tardes. A Dorian, le gustaba mantener las puertaventanas abiertas, con sólo las cortinas finas de separación entre nosotros y el resto del mundo. Descansábamos en la cama, escuchando la música y respirando el cálido aire de verano. De esa manera pasaron muchas semanas. Demasiadas.

 

La mañana

El sudor y los cigarrillos. ¡Uch! ¿Por qué el sol brilla tanto? Él no está aquí. Pero la ropa de cama todavía huele a él. ¿A dónde ha ido? ¿Y por qué? ¿Tenía miedo de que sus padres entraran en la habitación? Es posible. El sol sale aquí muy temprano, probablemente son las cinco o las seis de la mañana. No importa. 

¿El café? ¿Él lo ha preparado? ¡Qué horrible! Frío y no suficientemente dulce. ¿Por qué lo ha preparado? ¿Pensaba en mí en la cocina? ¿A dónde ha ido? Voy abajo para buscarle, pero puedo hacerlo en cinco minutos. ¿Ha ido porque está enfadado conmigo? Si supiera la verdad, seguramente se enfadaría. ¿Dios, qué estoy haciendo? No quería nada de eso. ¿Por qué él lo hace tan difícil? Especialmente ayer. Probablemente no se da cuenta de lo que hace... y de lo que siento yo. Ayer, en la terraza... no podía quitarle los ojos de encima. Su piel tan... tan suave. Y su pelo tan rizado. Y sus hoyuelos... Dios, nunca antes había visto una persona tan atractiva. Tengo que verlo. Ahora. 

Antes de bajar debería vestirme. Mis pantalones están en el suelo. Mis calzoncillos también. Es raro que le echo de menos tanto. ¿O no? ¿Dónde está mi camisa? Tengo que... ¡Joder! ¡Los remordimientos! ¡Lo que siento pueden ser los remordimientos y no la añoranza! He engañado al chico ingenuo. He arruinado su vida. No he pensado en las consecuencias sino disfrutaba lo que estaba pasando. Esta noche puede destruir todo por lo que he trabajado desde mi llegada. ¡Ojalá no! ¿Qué pasará cuando se despierte del coma? ¡Joder! ¿Dónde está mi camisa? ¿Será extraño bajar sin ella? No. Hacía calor por la noche. Eso no debería ser raro. ¿Tengo todo? Los pantalones, los calzoncillos... Sí. Puedo volver por la camisa después. ¿Los sonidos de los platos? ¿Por qué fue a lavar los platos y no se quedó conmigo?

 

La última cena

Todo había ido demasiado lejos. No estaba seguro si cambiando tantas veces la identidad, todavía existía el verdadero yo. Pero realmente me encantaban esas tardes interminables y perezosas: disfrutaba el tiempo hermoso en el jardín con el repiqueteo de los hielos en el zumo de naranja y, sobre todo, con él. Sabía que eso no era la vida real, que al llegar a la isla llegué al mundo paralelo en el que era solamente un intruso. Tenía que terminarlo. 

No contaba los días intencionadamente. No tenía ni fuerza, ni voluntad de dejar el mundo, en el que me sentía tan bien. Ninguna tarde parecía apropiada para ser la última, pero tenía que confesar la verdad y decidí hacerlo esa noche. Durante la cena, observaba a todos con mucha tristeza, preparándome para lo inevitable. Comencé a respirar más profundo para no llorar. De repente, alguien puso su pie sobre el mío. Adiviné fácilmente el propietario de ese pie, así que miré a Dorian. Frunció el ceño como si preguntara qué estaba pasando. Sonreí inmediatamente. Cada uno de sus gestos tiernos me aseguraba que su imagen estaría grabada en cada canción que había escuchado ese verano, en cada libro que había leído y en cada pensamiento que había pasado por mi mente durante su estancia. Desde el aroma de la albahaca en los días soleados, hasta los cantos de los grillos por las tardes. Los olores y los sonidos con los que había crecido y que había conocido de cada día de mi infancia, durante ese verano, adquirieron un sentimiento inesperado y completamente nuevo para mí.

Por la noche, cuando todo el mundo dormía, nos escabullimos. En la playa no había nadie. Eché un último vistazo a la casa y respiré profundamente, intentando concentrarme. Dorian me miraba confundido; no entendía por qué estaba tan nervioso. Necesitaba su permiso para salvarlo. Le pregunté si confiaba en mí. Asintió.