El comienzo del viaje

 

Una gran información avivó a toda la ciudad. Por fin, después de tantos años de esperar, habían abierto el parque de atracciones. Pero la novedad era que no sólo los niños podían divertirse allí, sino la gente de todas las edades.

La noticia corría entre todos provocando una alegría inexplicable. No se sabía por qué los ciudadanos estaban tan contentos, pero la realidad era así: en todas las partes se veía las sonrisas amplias, se oían las voces llenas de entusiasmo e incluso casi se podía palpar el ambiente festivo.

Solamente dos hombres en la ciudad eran escépticos y cuando escucharon la información en la radio, se miraron encogiéndose de hombros y observando mutuamente sus caras carentes de cualquier emoción. En seguida volvieron a sus quehaceres como si no hubiera pasado nada. Su tranquilidad la turbó la aparición de un niño que vivía con ellos. A primera vista, estaba claro que le había pasado algo importante y excitante, tanto sonreía.

El niño preguntó a sus compañeros, Y y Z, si iban a ir al nuevo centro. Los hombres respondieron vacilándose que no estaban para hacerlo; por eso, el niño que se llamaba X se aprovechó de su incertidumbre y les anunció que ya había comprado los billetes y que pasarían allí todo el día.

Sin ninguna discusión posible, Y y Z viajaron con su pequeño compañero al centro que parecía un palacio de otro mundo, era alto, elevado y sólido; además, tenía muchísimas luces pequeñas que brillaban a pleno sol. Dentro, todo era colorido y acogedor, como si quisiera animar a divertirse.

Tres viajeros no podían asentir de qué color era la lámpara encima de sus cabezas. Y dijo primero que era de color rosa, lo que indignó a Z que respondió con toda la firmeza que la lámpara era obviamente de color rosa salmón. X, habiendo oído la pelea, opinó riéndose que ellos no sabían nada y que el color no era ni rosa, ni salmón, sino fucsia. 

La conversación terminó cuando todos tuvieron que elegir dónde empezar su aventura. X escogió primero y se alejó hacia el tiovivo.

 

 

Viaje primero

 

¡Ay, qué velocidad! No, no, no, no quiero, gira tan rápido... ¡Ay, tengo miedo! No quiero. ¿Por qué lo he escogido? Quiero que se termine ahora, quiero que alguien lo detenga, ay, quiero que mi madre esté aquí. ¿Por qué no termina? Por fin, no es tan rápido... Qué bien. Pero ¿por qué acelera otra vez? 

No lo puedo creer, no está tan mal. ¡Ja, ja, ja! Qué guay. Que no se termine, por favor, que no se termine. Ah, ¡lo sé! ¿Cómo no he pensado en esto antes? Hay muchos tiovivos aquí, puedo comprobar cuál es el mejor. 

Pero ¿qué pensarán Y y Z? Debería volver enseguida. Seguro que estarán preocupados. Lo sé. Siempre imaginan lo peor, ¿no ven que ya no estoy tan pequeño? Soy igual que ellos.

Ay, qué pasa, es que veo tantos colores, todo me gira alrededor, todo se me mezcla y todo me parece tan estupendo, tan vivo... Este vértigo no me quiere pasar, pero tampoco quiero que me pase. Pues ahora tengo que elegir un tiovivo, pero qué pena que no puedo montar todos a la vez. Tanto tiempo para esperar a probar y yo quiero todo ahora. 

Mi madre siempre dice que hay que elegir lentamente y que es muy malo ser impaciente. No sé por qué lo dice, pero quizá piensa en la palabra “consecuencia” que suele repetir. No sé, no estoy muy seguro, incluso no entiendo muy bien esta palabra, ¿la consecuencia tiene que ser buena o mala? No, no, me parece que madre dice que puede ser buena y mala. Entonces, ¿por qué pensar en “la consecuencia”? ¿Si no depende de mí? 

Debería volver a Y y Z, ya me están buscando, por supuesto, pero solamente quiero probar un tiovivo más. Solamente uno. No pasará nada si llego unos minutos tarde.

 

 

Viaje segundo

 

Cuando X probaba otro tiovivo, Y se acercó hacia un trampolín porque le había llamado la atención un cartel al lado del trampolín. El cartel era llamativo y las grandes letras de color rojo formaban la palabra “concurso”. Y tenía mucha curiosidad en qué consistía el juego anunciado por el cartel, por lo tanto, preguntó a un empleado por el concurso. El empleado le explicó que mientras se saltaba en el trampolín, había que coger las pelotas pequeñas que estaban cayendo desde arriba y que ganaría la persona que cogería la mayor cantidad de pelotas antes de que tocaran el trampolín. A Y le gustó muchísimo la idea y pensó que así podría mostrar a otros que era el mejor. No perdiendo más tiempo, se inscribió y esperó unos minutos para que uno de sus competidores terminara su turno.

Tan pronto como Y empezó a saltar, las pelotas también empezaron a caer desde arriba. Caían muy rápidamente, tan rápidamente que Y no era capaz de coger ninguna de ellas, lo que le deprimió un poco porque pensaba que ya había perdido su oportunidad para ganar. Pero Y decidió no rendirse y en ese momento saltaba con mucha furia, se dedicó a cada salto en cuerpo y alma. La estrategia funcionó: por fin, Y cogió algunas pelotas y se dio cuenta de que cada una de ellas tenía algo escrito. Y tenía en sus manos las pelotas con las palabras “trabajo”, “familia” y “dinero”. No obstante, eso no era suficiente, tenía que coger más para ganar, pero resultó que saltar con tanto afán era penosísimo; Y otra vez cambió de estrategia y empezó a saltar de manera muy moderada concentrándose en la técnica.

Y ya estaba muy cansado, hacía un esfuerzo enorme, pero cogió también las pelotas descritas “coche” y “casa”. Mirando a su alrededor, Y vio una pelota que caía muy, muy lentamente. No la había percibido antes porque se ocupaba tanto de otras pelotas, pero esa era especial, además de “felicidad” tenía también escritas las palabras “garantía de victoria”. Y pensó que no había cosa más importante que coger esa pelota, pero ella casi, casi ya tocaba el trampolín...  Acumulando todas las fuerzas, Y saltó por última vez con la esperanza de coger la pelota “felicidad”.

 

 

Viaje tercero

 

Una viejecita andaba pérdida mirando a su alrededor. La luz calurosa del sol otoñal que entraba por unas ventanas altas y amplias iluminaba sus mechones blancos en la sien y los ojos llenos de cierta profundidad. Los ojos se movían rápidamente como si quisieran ver todo lo que estaba alrededor a la vez, en un instante. La viejecita parecía muy pequeña en comparación con la grandeza del edificio; andaba despacio y su silueta frágil era casi invisible entre los niños que corrían y gritaban,y no se daban cuenta de que una persona mayor estaba entre ellos.

Aunque las atracciones en el parque y el alboroto producido por la gente le daban un poco de miedo a la viejecita, decidió deslizarse por un tobogán. Accedió al tobogán por una escalera e hizo un paso más adelante... y en un santiamén otra vez estaba abajo teniendo el tobogán detrás de su espalda. Le asombró y entristeció que ese acontecimiento hubiera pasado tan rápido. La mujer se deslizó una vez más y luego, otra vez, como si quisiera engañarse a sí misma, pero su cara decepcionada afirmaba que nada cambió y el sentimiento de deslizarse duraba solamente uno o dos segundos y desaparecía muy pronto.

Al terminar, divertirse resultó no tanto divertido como uno podría pensar, la viejecita se agachó hacia su mochila que antes había dejado al lado del tobogán. Examinó cuidadosamente si no había perdido nada de los objetos que llevaba allí dentro y cogió la mochila en las manos. Miró al tobogán por última vez y en ese momento de su mano abierta cayó un papelito que se hundió en la mochila. La viejecita se alejó.

Todo el tiempo Z observaba a la viejecita y pensaba con mucho asombro que él se sentía y se comportaba de la misma manera que ella. Se identificaba con todo lo que veía. Incluso él también tenía su mochila querida en la que llevaba algunos objetos, como hacía viejecita.

 

 

El fin del viaje

 

    X, Y y Z se encontraron en un lugar antes marcado dentro del edificio para intercambiar las opiniones y las experiencias y para escoger una atracción que podrían visitar todos juntos. Al principio, parecía que nunca llegarían a un acuerdo: cada uno de ellos buscaba algo diferente y cada uno tenía su propia definición de la palabra “divertirse”. Discutían por un rato presentando unos argumentos tanto razonables, como más bien estúpidos; el único objetivo de esos últimos era no dejarle a otro dominar. Pero, finalmente, notaron la entrada a un laberinto de espejos; allí dentro parpadeaba suavemente la luz como si esperara tímidamente a la llegada de esas tres personas. Fascinados por la luz, todos entraron.

    En el laberinto de espejos no había nadie. La luz se intensificaba con cada paso de X, Y y Z cuando entraban más y más adentro; y el silencio lo turbaba solamente el sonido de los pasos. 

    ̶ Eh, ¡escuchad! ¿Veis su reflejo en algún espejo?  ̶ preguntó, de repente, X en la voz un poco asustada.

    Sus compañeros se miraron en los espejos; luego todos se alejaron hacia otros espejos para comprobar si se veían en alguno. Pero no, les resultó a todos imposible ver su reflejo. Era como si no existieran.

    Resignados, se agruparon todos juntos en el centro del laberinto. De golpe, se dieron cuenta de que aquel entonces se podía ver algo en un espejo; pero, en vez de ver tres personas, se veía solamente una. El asombro de X, Y y Z aumentó aún más cuando Z dio un paso detrás y el reflejo desapareció inmediatamente.

    Entonces todos entendieron que uno no podía existir sin otro.

    Después, otros visitantes del parque de atracciones se extrañaron mucho al ver solamente una persona saliendo del laberinto de espejos, porque todos estaban convencidos de que habían visto entrar allí tres personas.