Protégeme de lo que quiero

 

I

Protégeme de lo que quiero

 

Como cada día el despertador sonó a las 7 de la mañana. Ana odiaba los lunes y las mañanas frías del final de octubre. El otoño le producía la sensación de tristeza y soledad permanente. Estaba nublado y llovía mucho, como si la naturaleza supiera reflejar su estado de ánimo. Se levantó, echó un vistazo al móvil: “No hay mensajes nuevos”; y empezó su ritual matutino. Como la mayoría de las chicas de su edad quería verse bien pese a las imperfecciones de su apariencia. Pasó una hora y media arreglándose: duchándose, desayunando, maquillándose y vistiéndose... Pero aún quedaba más de diez horas para que pudiera comenzar su vida.

Cracovia la saludó con un nivel elevado de esmog. Inhalaba el humo alimentando su melancolía. Desde que se mudó aquí, hacía dos años, no entabló ninguna relación. ¿Las chicas de la facultad? ¡No hay nada que hablar! Por lo menos estudiaba filología hispánica: una carrea con que siempre había soñado. La universidad le ayudaba a olvidarse de todo. Descansaba tomando apuntes, leyendo textos y haciendo tareas. A la una y media empezó su clase favorita. Podría pasar horas escuchando el profesor. Sus clases siempre eran algo más que solo el aprendizaje de la lengua. La inspiraban. El profesor enseñaba a ver cosas desde una perspectiva diferente; las cosas sobre las que ella nunca antes había pensado. Con el final de la clase se acabó su temporalmente recuperada fe en la gente. Pero aún quedaba más de cinco horas para que pudiera comenzar su vida.

Regresando a su piso se aplicó una inyección de música. Como si el placebo pudiera facilitarle entender y soportar sus sentimientos. Otra vez rechazó la invitación de su compañera de piso de probar la comida típica de Georgia. Tamara la preparaba casi todos los días intentando aguantar la añoranza de su familia. Pero Ana no tenía ganas de comer. Se cambió y empezó a preparar los materiales para las clases del día siguiente. Dio un vistazo rápido a los apuntes, arregló la habitación y por fin llegó el momento que esperaba todo el día. Encendió el ordenador y de prisa abrió el navegador web. Introdujo su nombre de usuario y contraseña, y entró en la página. Por primera vez ese día se sintió viva.

 

 

II

Inefable

 

¿Está? Por favor. Ojalá esté aquí. Ayer me prometió que hablaríamos. Le extraño. ¡Oh, es ridículo! ¿Cómo puedo extrañar a alguien de aquí? Ya veo, está online. ¿Escribirle un mensaje? O mejor no... Quizás habla con alguien. Con otra chica. Bueno, voy a esperar. Si quiere hablar conmigo, me escribirá él mismo. Él no es como otros tíos de aquí. Él, que siempre me mira con buenos ojos. Puaj, ellos todos son iguales. Pero Miguel... Piensa como yo pienso. Ve las cosas como yo las veo. Sí, le conozco sólo desde hace tres meses, pero... No sé. Toda mi vida me he sentido sola, excepto con él. Como si fuera mi alma gemela... Es muy difícil encontrar a alguien como él, ante quien pueda desnudarme mentalmente sin vergüenza. Estoy loca, de verdad. Me lo tomo demasiado en serio.

Hm, ¿y esto qué es? "Tienes un mensaje nuevo de: #M: ¡Hola guapa! ¡Por fin! Te estaba esperando. ¿Cómo estás? Hoy por la mañana he estado en la playa. Pensaba en ti; sé cuánto te gusta la costa. Gdansk es preciosa en esta época del año. Lástima que no puedas verlo. Si quieres, te enviaré una foto. Y no olvides de ponerte la bufanda mañana. Es que hace frío. ¿Qué tal la uni? ¿Qué dijo el profe sobre tu texto?". ¡Sabía que me iba a escribir! Es siempre tan amable... Como si fuera demasiado bueno para ser real. Y pensaba en mí... Se dice que un pensamiento es la paga del amor. Yo he estado pensando en él todo el tiempo. Tal vez quiera quedar conmigo, hablar cara a cara. Las fotos son sólo fotos. Verlo, escuchar su voz, pasar tiempo juntos es algo diferente, es... Ser una persona de verdad. ¿Qué tengo que hacer para llamarle mío?

Oh, no, no, ¡no te vayas! ¿Qué hora es? ¡Joder! También tengo que levantarme en cinco horas. Bueno, el tiempo siempre vuela “a su lado”. Buenas noches, Miguel.

 

ANAgrama salió del Chat.

 

 

III

Formula un deseo

 

Ana regresó de la universidad. Estaba sola en el piso. Todo era perfectamente tranquilo y acogedor: tenía vino, ordenador y una idea para el capítulo siguiente de su texto.

Notó que su habitación había cambiado. Él empezó a estar presente. En su cuarto incluso había cosas suyas. Desde que intercambiaron sus direcciones postales, le envía algunas. Encontraba paquetes en la casilla de correo. Tenía las velas azules, olorosas, altas, esculpidas y bajas, pero siempre azules, porque a ella le gustaba el color azul. Tenía los libros que recibió de él. Con los apuntes escritos en el margen. Siempre comprados en dos ejemplares. El ya leído para ella y el otro para él, para usarlo durante las conversaciones. Tenía las postales de todos los lugares que él había visitado. A veces enviaba más de una.

Así su habitación se convirtió en su lugar favorito. Allí le “encontraba”. Bueno, no solo allí, pero solo en su cuarto tenía la sensación de que le había invitado a su casa cuando estaban juntos en el Internet. Su presencia en la vida de Ana siempre estaba relacionada con el ordenador. Los recuerdos de sus encuentros virtuales eran sobre todo los recuerdos de las emociones.

¿Y qué? ¿Así serán siempre sus recuerdos? ¿Teclados, monitores, navegadores web gracias a los cuales abrían el Chat? Bueno, de hecho, ¿por qué no? ¿Si el banco al lado del gran castaño debe ser más romántico que el ordenador en la habitación?

Depende de qué ha ocurrido en este banco y qué ha ocurrido gracias a este ordenador.

La superioridad del banco sobre el ordenador es obvia e indiscutible para la mayoría de gente. Sobre todo, por la intimidad, el olor, el tacto... En el banco las palabras quedan relegadas a un segundo plano. Ana no lo cuestionaba, pero pensaba que con las palabras se puede reemplazar el olor y el tacto. Con palabras también se puede tocar. Incluso más cariñosamente que con las manos. Se puede describir el olor de tal manera que cobra el sabor y los colores. Cuando ya está cariñosamente mediante palabras y huele mediante palabras entonces... Entonces normalmente hay que apagar el ordenador. En el banco entonces normalmente se apaga la razón.

Sin duda preferiría estar en el banco.

Entró en el Chat, encontró el nombre de usuario de Miguel en la lista y sin pensar le escribió un mensaje. Quería verlo, sentarse a su lado en el banco. Le propuso un encuentro.

Él estaba online. Vio el mensaje. Por un rato se quedó callado. Ana se arrepintió de sus palabras. En este momento en la pantalla apareció su respuesta.

 

 

IV

El suscriptor no está disponible

 

Sabía que el mundo era el de siempre pero a ella le faltaba como el aire. Estaba acostumbrada al rechazo, pero no de su parte. Después de esa noche Ana incluso tenía la sensación de que él intentaba evitar la conversación. Tres semanas de breves charlas de trivialidades. No podía aguantar ni un día más la tristeza, la ira y la añoranza que llevaba dentro. Tomó la decisión. Le escribió un mensaje. “Mi vida es irrelevante cuando tú no estás”. Ocho horas después llamó a la puerta de su piso.

Un momento más tarde en la entrada apareció una mujer de unos treinta años. Se miraron, ambas sin ocultar su sorpresa. Cuando la mujer se movió, Ana olió la rica fragancia de su perfume. Olía a vainilla, como todas las velas que había recibido de Miguel. Estaba en el medio de lectura. Abrió la puerta con un libro en la mano. Las gafas sostenían el pelo corto que caía sobre su frente. A pesar de aún ser joven, tenía bastante arrugas. Como si su frente reflejara todas sus preocupaciones, como si el mundo fallara a sus expectativas. Había algo más, lo que realmente llamaba la atención. Eran sus ojos: grandes, brillantes, de color marrón con un matiz cobrizo. Su mirada tranquila, llena de bondad y sinceridad a la vez era muy misteriosa, como si la mujer escondiera muchos secretos. Quería decir algo, sus labios pálidos se abrieron, pero no podía. Con las manos empezó a secar las lágrimas que corrían lentamente por sus mejillas. En este momento Ana vio en la muñeca de la mujer la pulsera de cuero con un ancla de metal: uno de sus regalos para Miguel.

Contemplaba a la mujer. Con cada detalle más que notaba, ella le parecía más familiar, como si ya se conocieran. Miles de pensamientos le pasaban por la mente. Todo empezó a cobrar sentido. No sabía qué hacer, no quería hacer conjeturas, esperaba explicaciones.

 

 

V

El catfish

 

—Soy Ana y... —rompió el silencio.

—Ana. Yo sé quién eres. Te he reconocido de inmediato —interrumpió la mujer—. Adelante. Toma asiento y luego hablaremos con calma —le indicó con la mano una silla.

—¿Perdón? No, no, un momento. Mira, vengo a hablar con Miguel.

—Miguel no está.

—Bueno, entiendo. Y ¿cuándo estará? Es que no tengo mucho tiempo.

—No estará. No entiendes nada. Ana, Miguel no existe. Todo este tiempo has hablado conmigo.

—Vale. Es ridículo —Ana se echó a reír—. No te burles de mí. Nosotras no nos conocemos. Él nunca te ha mencionado. Ahora tengo todo claro. Entiendo que él es tu novio y que me consideras tu rival pero no te preocupes y no seas celosa. No quiero nada de tu novio. Hablaré con él y me marcharé.

—Ana, esto no es una broma. Yo soy #M. Siempre he sido yo.

Ana miró directo a la cara de la mujer y en aquel momento entendió que ella no había mentido. Se quedó callada. Había momentos en que no podía dejar de hablar, cuando un millón de palabras salía de su boca en unos segundos. Un millón de palabras que no significa nada. Pero cunado quería encontrar palabras que significaran todo, simplemente no podía hablar.

—Te debo una explicación —continuó la mujer—. Me llamo Mónica. Creé Miguel con la idea de que en el Internet nada es real, que puedes ser quien quieras, que nadie te toma en serio, que en el Internet no hay consecuencias y sobre todo porque me aburría. Era divertido hasta la conversación contigo. No pensé que seguiríamos hablando. Y un día me escribiste otra vez. Me gustaste desde el momento en que te conocí: inteligente, sensible, ambiciosa, amable y tan solitaria como yo. Muchas veces quería decirte la verdad, pero tenía miedo de que me odiaras. Tenía miedo quedarme sola. Pero tú también me necesitas, ¿verdad? Admítelo.

—¿Y las fotos? ¿Quién es este hombre?

—Son unas fotos de mi ex novio.

Ana se levantó y se dirigió a la puerta.

—Ana, no te vayas. Di algo por favor.

—Confiaba en ti. Adiós.

 

 

Parece que la vida empieza solo el día que nacemos, pero no es verdad. De vez en cuando todo empieza de nuevo. Ana sigue en el Chat donde tiene más de cien amigos, entre ellos Mónica.