Encuentra la fuerza

1.    Paraíso superficial

            No podía dejar de mirarlo. Sus ojos reflejaban la cantidad de emociones que uno podía sentir hacia alguien. Para ella, él era todo lo que buscaba en un hombre: inteligente, con sentido de humor, le hacía sentir segura. Era su primer gran amor y a ella le gustaba eso. Alguien como él se había fijado en mí, no estoy nada mal – solía pensar observándolo mientras trabajaba.

            En aquel momento estaba dispuesta a hacer lo que fuera para estar con él. No había ni un sólo obstáculo que no pudiera superar. Cada decisión que tomaba la justificaba diciendo que el amor lo vence todo.

            Le contaba cada cosa: sobre sus charlas con las amigas y sus desengaños amorosos, sobre los exámenes y las notas estupendas que sacaba, sobre los problemas con los padres. Él la escuchaba, siempre atento. Ella, por su parte, apreciaba su punto de vista, de ahí que se fijara mucho en sus consejos. Mira, ellas no tienen novios, ni se dan cuenta de lo maravilloso que es enamorarse; ¿cuánta suerte tuviste, no? – era lo que él le comentaba en cuanto al tema de las amigas; muy bien, pero no te centres mucho en la formación. Las notas y las clases te importan demasiado – en cuanto a la escuela; ellos no entienden lo nuestro, ¿sabes por qué? Porque un amor así pasa sólo una vez y a los más afortunados. No puedes permitir que ellos ganen – en cuanto a los padres.

            Ella sabía que la vida que tenía, dividida entre dos hogares, no era nada bueno. Los padres fingían que el tema del novio no existía y el novio hacía lo mismo. Ella estaba entre la espada y la pared, se percataba de que los problemas y conflictos se hacían cada vez más graves.

            La relación avanzaba; después de un año el amor entre ellos no se disminuía, estaban más unidos que nunca. Mientras los amigos iban a tomar algo, ella pasaba tiempo con él. No dejaban de invitarla, porque a todos le caía muy bien (especialmente cuando, después de unas copas, le confesaba el amor y el cariño al mundo).

            No obstante, ella se alejó bastante de los que antes habían sido muy importantes para ella. No puedo tenerlo todo en la vida y mi novio me importa más, debéis entenderme – dijo una vez.

            Sus amigos no podían aceptarlo. Una respuesta así fue un golpe para ellos. Sé consciente de que cada decisión que tomas, tiene sus consecuencias. Recuérdalo.

 

2. Entre la espada y la pared

            Lo pienso mucho. Realmente no sé qué hacer. Me siento… Me siento sola en el mundo. Todos en contra. Pero… no haces nada mal. Él tampoco. Me duele mucho no poder cambiarlo. Cada acción termina en vano.

            Los padres… Ellos no te aceptan. Sabes desde cuándo. Lo sabes perfectamente. Sabes por qué. Y tampoco lo aceptas. Seguís así. Perdida, así estás, ¿no?

            ¡Joder! Esta maldita tensión. No la aguanto. Por mucho que quiera. No puedo. Si tan sólo todo estuviera en orden, mi vida sería un paraíso. Un gran jardín botánico de puta mierda. Pero no. Hay una maldita muchedumbre de personas. Quieren que cambie de opinión. ¡Vaya mandones! Les dije que no. Rechacé su invitación. Una vez más. Aunque quería ir. Sí, lo quería mucho. Me echaron una bronca. No entienden nada… No es que yo no quisiera. Es normal. Soy una adolescente más, ¿no? Lo soy, ¿verdad? Pero él tiene razón. Siempre la tiene. Hay prioridades. Tenía que elegir. Lo hice.

            Me acuerdo de esa noche. Estaba con él. Todo iba de maravilla, hasta… Hasta que le dije… Le dije que a lo mejor estaba de acuerdo con lo de ir la fiesta. Me arrepentí inmediatamente. Más tonta no podía ser. Tonta, tonta, tonta. Te dejas llevar. Y empeoras todo.

La furia. La rabia. El fuego en sus ojos. Mi pavor. Sentí el apretón en la muñeca que me duele hasta ahora. Sus palabras. El rencor que me produjeron. Cuánto me dolía escuchar todo eso… Que prefería un grupo de idiotas de mi edad… Que era una chiquilla…  Que pensaba sólo en divertirme… Y lo peor… Que malgastaba su tiempo… Se fue. Me quedé sola. Literalmente. En medio de un pueblito. No lo conocía mucho. 

            Revivo las mismas emociones. Como si fuera ayer. El miedo, el dolor psíquico, la culpa. Fue mi culpa. Si no le hubiera preguntado… Una estúpida. No vales nada. Eres nadie.

            Soy la única culpable. Él no llama. El silencio me mata. ¡Mierda! Tiene razón. No lo merezco. Admítelo. No sabes mucho de la vida. Tengo que hacer algo para arreglarlo, para no sentirme culpable.


 

3.    ¡Ni se te ocurra!

            Al parecer la crisis había desaparecido y los dos volvieron al estado anterior: de un amor total. Ella estaba feliz y aliviada, más que nunca. Le hacía sentir segura saber que él se encontraba mejor. No obstante, algo había cambiado en él y ella lo empezó a notar.

            No estaba bien segura de qué se trataba, tampoco tenía valentía para preguntárselo a él. No quería meterse demasiado y abusar de la tranquilidad que había entre ambos, porque el cansancio de peleas y gritos constantes ya era visible en su aspecto físico y condición psíquica. Por otra parte, después de unas semanas que pasó estudiando y haciendo exámenes, ella también anhelaba descansar.

            Un día vino a verlo aunque no tenía muchas ganas; quería decírselo, pero sabía que no iba a conseguir nada. Empezó a darse cuenta de que las citas con él le producían estrés, cierto tipo de temor.

            Se acercó a la puerta y nada más cruzar el umbral su intuición le gritó que era mejor que saliera sin decir nada. Claro que lo no hizo. En el fondo del corredor vio a Blanco, su perro, que gemía mucho. Se agachó para saber qué le pasaba y cuando tocó su pata izquierda, Blanco gimió fuertemente. Quería hacer algo, pero en la puerta apareció él. 

¿Se puede saber qué demonios haces aquí? le preguntó¿A qué coño has venido, eh?

Dio un paso adelante para verla mejor. El miedo que ella tenía quería apoderarse de su cuerpo, pero seguía mirándolo y con una voz ronca le gritó:

¿Estás loco o qué? ¿Qué le has hecho a Blanco? ¿Por qué lo has pegado? ¿Quién te crees? ¡No me lo puedo creer, no puedo! Eres tan violento, eres un monstruo, ya no quie…

Cuando iba a terminar la frase, él le interrumpió:

Piensa muy bien lo que vas a decir, porque…

¿Qué? ¿Me vas a pegar, también?

Un instante después él levantó su mano.


 

4. La fuerza

            Después de haberse bañado, esperó unos instantes, quizás para encontrar la valentía, y se acercó al espejo para poder ver su cuerpo desnudo; lo quería evitar, pero se percataba de que era necesario.

Su vista se puso en marcha, intentando registrar cada detalle. El recorrido empezó desde abajo; sus pies, aunque un poco inflamados, seguían manteniendo toda la postura del cuerpo. Sus piernas, rojizas por el frío que tenía, le parecían más colosales que nunca. La vista se paró en las caderas que a él no le gustaban mucho; pero en ese preciso momento todo le daba igual.

            Hizo una pausa al ver las dos muñecas que tocaban su tronco; eran de colores violetas, amarillentos y verduscos, así que reflejaban perfectamente la fuerza de las manos que las tocaron antes. La sensación de tristeza y vacío llenaron su interior.

            Una vez más miró todo el cuerpo, sin centrarse en partes particulares; entonces se dio cuenta de que sus brazos reflejaban su estado porque estaban como si perdieran fuerzas, o más bien como si estuvieran cansados de lo que pasaba…

            La cara estaba lívida; se veían también pequeñas arrugas en la zona de la frente. Las ojeras eran visibles, su matiz violeta correspondía a la nariz rojiza e inflamada. En los pómulos aún se podían observar las huellas de las lágrimas. Las sentía también; el sabor salado seguía permanente en los labios.

            Al final, ella miró sus ojos y entendió qué sentía, aunque ilustraban el abanico de emociones. Eran vidriosos si no transparentes; tristes pero no afirmaban la pérdida; desesperados aunque muy preocupados. Lo más extraño era que se taladrara con la mirada a sí misma. Fue entonces cuando notó el curioso brillo en los ojos que desde hacía mucho tiempo tenía por desaparecido. 

            Había agachado la cabeza para levantarla de nuevo. No obstante, su mirada ya era diferente; más determinada, rabiosa. Sabía que todo desde entonces dependía de ella; que ella era la fuerza.


 

5. Esa fue mi vida

            Tú, lector/a, me has acompañado durante un viaje corto e intenso en el que te he descrito una parte de mi vida. Una parte que hasta cierto punto fue un sinfín de decisiones erróneas, personas que no se merecían estar a mi lado o esperanzas que habían sido productos de la ingenuidad. No sabes cuánto alivio me da poder escribirlo sin sentir ningún tipo de resentimiento o culpa interior.

            Todo lo que he incluido en estos cinco capítulos se basan en hechos reales, eso no lo dudes. Todas esas situaciones realmente tuvieron lugar; no son frutos de mi imaginación. Si fuera así, contar algo tan turbulento sería muy cruel. Si me quieres preguntar cómo me sentía escribiéndolo, te menciono sólo una palabra: indiferencia. ¿Sabes por qué? Porque ya lo había dejado atrás; créeme, pasé por lo peor y más humillante, pero logré salir adelante.

            Ha pasado mucho tiempo desde aquellos acontecimientos. Ahora soy una persona completamente diferente, en un etapa de la vida completamente diferente, también. El objetivo fue que entendieras que hay todavía mujeres que siguen encadenadas en relaciones así, con gente así, atormentadas de esa forma. Te quiero pedir una cosa: si puedes, reacciona.

            Estoy muy agradecida a todas las personas que me acompañan desde entonces; que finalmente me abrieron los ojos. Ellos reaccionaron y les doy mis infinitas gracias.

Ya, no quería ser patética, pero ya veo que no lo he conseguido. Lo siento.

            Quiero terminar dirigiéndome a las chicas. No os dais cuenta del potencial que tenéis; sois muy talentosas, podéis lograr cada objetivo que se os ocurra. Os lo digo de verdad. No dejéis que alguien os menosprecie, os trate mal, os haga sentir feas o inútiles. Esas personas son tóxicas, alejaos de ellas. Chicas, os merecéis toda la felicidad del mundo. Todas nosotras somos bellas; delgadas o con unos kilos sobrantes, con maquillaje o no, con gafas o lentillas; en minifalda o vaqueros.

Al final, puedo desearos sólo una cosa, pero lo hago con todo mi amor y respeto a todas las mujeres: que descubráis vuestro valor: que os aceptéis y os améis a vosotras mismas. Parece tan poco, pero os garantizo, ese es el paso que os cambiará la vida.