EL TIEMPO SE ACABA

 

1.      Verdad dolorosa

 

Vivimos en época en que cuando algo nos duele, vamos al médico, que nos prescribe unos medicamentos. Los tomamos, descansamos unos días en la cama y somos como los recién nacidos. Desafortunadamente, no todos tienen ese lujo, porque existen enfermedades raras. Según las investigaciones, estas son enfermedades que afectan a 1 de cada 2000 personas.

 Lucas es un chico que padecía toda su vida una de estas enfermedades que los médicos no comprendían completamente. El chico solo sabía que pocas personas en el mundo lo sufrían y por eso aún no habían inventado una medicina efectiva. No necesitáis saber el nombre de esta enfermedad. Es largo, en latín y no os dirá nada.

Lucas tenía que ir a visita médica cada 4 semanas. Supo desde el principio que podría llegar un día que muera y que no fuera en 60 ni incluso en 20 años. Porque cuando estás sufriendo por algo que nadie entiende, sería una tontería pensar que tienes una eternidad por delante. Y Lucas no era tonto, por el contrario, desde el principio era un niño que lo entendió todo. Cuando le dolían los huesos y el médico le preguntó en presencia de su madre si le dolía mucho, él respondía cada vez que no y la verdad era que tenía la impresión de que pronto moriría de dolor. Cuando  en la primera visita vio las lágrimas de su madre, comprendió el dolor que sintió de ver a su único hijo en esta condición y él decidió no causarle más dolor del que debía.

Como Lucas esperaba, llegó el día. El día durante el que su médico le presentó sus últimos resultados y explicó que habían empeorado y que le quedaba más o menos una semana de vida. Lo único en lo que Lucas pensó en ese momento fue la suerte que ya tenía 18 años y que esa visita fue la primera sin su madre al lado. Después de regresar a casa, Lucas se preguntó a sí mismo si esta información lo hacía sentir más triste o reconfortado y, sin saber la respuesta, se fue a dormir y no le dijo nada a nadie.

 

 

 

 

 

 

2. Batalla interna

 

Una semana de vida… Una semana. Solo una semana. No te preocupes… Una semana es mucho. ¿Una semana es mucho? ¡Puta! ¿A quién intentas engañar? ¡Una semana es nada! ¡Cero! ¡Null! ¿Entiendes? ¡Eres idiota! ¡Imbécil! Eres tan inteligente… El mejor en la escuela... ¿Y qué? ¡Nada! ¡Todo eso no significa nada! Nada, nada, nada... Eso es que tienes… ¿Sabes? ¿Me oyes? Tienes nada… Oh no, no, no… ¡Me equivoco! Tienes una semana de vida… Dieciocho años y una semana de vida. Eso es que tienes.

¡Mierda! Son las 4 de la mañana. ¡Vete a dormir! Mamá se enojará. ¿Qué estoy muriendo? ¡No idiota! Que no te duermas… ¿Te importa que sea tarde? ¿Eres tan estúpido? No lo puedo creer. ¡Tendrás la eternidad para dormir! ¡Y solo una semana para vivir! Y tú quieres dormir… ¡Quizás sea mejor que mueras!

Se suponía que estabas listo. Sabías que morirías algún día. ¿Y qué? Toda la gente sabe que un día morirá. No significa que esté listo para eso… ¡Pero tú deberías estar listo! Tus padres hicieron todo para ti. Tenías lo que querías. ¡Eres ingrata! ¡Imbécil e ingrata!

¿Y ahora qué? Tienes siete días. Siete días… ¡Es una pesadilla! ¡Tiene que ser! Es una broma estúpida de tu subconsciente. Por seguro. ¡Bien hecho, bravo, bravo! ¡Levantad el telón! ¡Despierta! ¡Ahora! ¡Abre esos malditos ojos y vive! ¡Joder! No te asustes, pues vives. Todavía vives… Respira, chico, respira… Puedes morir más rápido de lo que crees. ¡Cálmate!  En un momento morirás... Te estoy diciendo… De un ataque al corazón.

Piense que pudiera ser peor… Te podría atropellar el autobús. Esta es una muerte estúpida. La tuya no es estúpida. Es triste y nada más.  Deberías estar feliz. Sabes cuánto tiempo te queda. Por lo menos tanto… Por lo menos tanto…

¿Qué vas a hacer en siete días? ¿Qué puedes hacer en siete días? ¿Qué te gustaría hacer antes de morir? ¡Piensa! Esto es estúpido…. ¡Piensa! No lo sé… ¿Qué siempre has querido hacer? ¿Qué siempre tenías miedo de hacer? ¡Lo tenía todo! No es verdad… ¿Cómo no es? Te estás engañando a ti mismo. ¿Por qué? Pues vivo en una hermosa casa... Tengo buenos padres. Se preocupan por mí todo el tiempo. Incluso demasiado...

¡Vístete ahora! ¡Ya! ¡Volverte loco! ¡Bebe demasiado! ¡Grita demasiado fuerte! ¡Despierta a los vecinos! ¿Vecinos? ¡Tío! ¡Despierta a toda la ciudad! Estabas loco… Tal vez... ¿Y qué? ¡Nada! Tienes 7 días de vida. ¿Y sabes lo que deberías hacer? Tengo una respuesta para ti. Simplemente vivir… No me importa como… No tienes tiempo para pensar en eso. ¡Basta de planear! ¿Y si algo pasará? ¿Qué puede pasar? ¿Vas a morir? Jajaja… ¡Tío! Cálmate, eso ya sabes.

 

3. Otro rumbo

 

Lucas salió de la casa a las cinco de la mañana y se dio cuenta de que no sabía qué hacer a esta hora. Caminó sin rumbo algún tiempo hasta que vio a unos hombres en la distancia. Giró en una calle, pero lo notaron y lo siguieron. Sabía lo que significaba esto pero no podía encontrar ninguna manera de escapar. Viendo que la calle era un callejón sin salida Lucas se paró, se dio la vuelta y les preguntó: ¿Tenéis algún problema? En ese momento, uno de ellos se acercó y le pegó en la cara. El otro hombre le puso a Lucas un ojo morado. Lucas no intentó luchar, sabía que no tenía posibilidad de ganar. Quería que todo terminara rápidamente. Viendo que Lucas no estaba luchando, se aburrieron y se fueron.

Después de esta lucha desigual Lucas se sentó en la acera y la sangre estaba goteando de su nariz. De repente oyó unos pasos rápidos. Levantó la cabeza y vio a una chica corriendo. La asociaba de algún lugar, pero no podía recordar de dónde. Bajó la cabeza con la esperanza de que no le notará.  Desafortunadamente, la chica se acercó a él con una cara preocupada.

—¿Todo está bien? —le preguntó.

Lucas sonrió y empezó a reírse en voz alta.

—¿De que te estás riendo?

—Estoy aquí sentado todo manchado de sangre y me preguntas si todo está bien…

—Has olvidado añadir que tienes un ojo morado.

La chica se sentó a su lado y miró profundamente a sus ojos. No sabía lo que quería encontrar al final, pero solo veía cansancio.

—Te conozco pero no puedo recordarme de dónde —dijo mirándola.

—¿Y es importante? Mi nombre es Sylvia —dijo dándole la mano.

—Lucas.

Sylvia le preguntó qué había pasado y Lucas le contó todo.

—¿Por qué no te vas a casa y te bañas? Tienes un aspecto lamentable

—No puedo ir a casa, mi madre moriría de un ataque de corazón si me vería.

—No puedes quedarte aquí. En esta situación ve conmigo.

—¿Estás loca o tonta invitando a un extraño a tu casa?

—¿De qué debería tener miedo? ¿De tí? Hace un momento alguien te golpeó.

Sylvia sonrió a Lucas.

—¿Vienes o no? —Sylvia se levantó y le ofreció la mano.

 

 

4. Amiga nueva

 

No pasó ni un segundo y Lucas ya estaba siguiendo a la chica que solo conocía por unos minutos. Ella despertaba interés en él, aunque no sabía por qué. En ese momento, caminando un paso detrás de ella solo podía ver manchas de sudor en su camiseta blanca y unos leggings deportivos que resaltaban sus curvas. Tenía zapatos mojados por la lluvia, pero eso no parecía molestarla. Lucas aceleró para ver mejor su cara. Sus labios eran pálidos y secos, pero no podía decir de qué colores eran sus ojos. Sin embargo, después de un momento, se dio cuenta de que tenían los colores de la Tierra: eran un poco verdes, azules y grises. La chica estaba sonriendo todo el tiempo y parecía ser feliz. Él la miraba de cerca cuando ella dijo que ya estaban allí.

Entrando a su piso, Lucas escuchó un fuerte jadeo y solo vio a un perro grande corriendo hacia ellos. Tenía miedo, pero Sylvia sonrió ampliamente, se sentó en el suelo y abrió sus brazos, en los que este gran perro llegó con el ímpetu, tirándola al suelo. Ella lo abrazó como si fuera todo el mundo para ella. El animal era el doble de grande que ella, pero a ella no le importaba, en sus brazos este perro de 50 kg se comportaba como un cachorro pequeño. Lucas se sentó a su lado y acarició al perro ligeramente, un poco asustado.

Después de un momento Lucas le preguntó a Sylvia por qué estaba tan feliz. La chica se levantó, abrió los brazos, dio una vuelta y dijo: "Porque lo que ves aquí es mi mundo entero. No tengo nada de qué quejarme. Tengo 22 años, buen trabajo y hago lo que quiero". La chica le contó todo sobre sus viajes y sobre lo que había visto en su vida.  El chico quedó impresionado con la pasión con la que hablaba sobre las personas que había conocido. Él envidiaba la pasión que tenía, la curiosidad del mundo y el coraje de descubrirlo. Era todo lo contrario de él. Un chico asustado y enfermo que había visto poco, solo lo que los padres querían mostrarle.

Lucas comprendió que Sylvia era la persona más feliz que conocía porque disfrutaba de lo que tenía y no se molestaba con los zapatos mojados. Era una persona a la que le gustaban las personas, los animales, le gustaba la vida y le gustaba vivir, y Lucas comprendió que, más que la muerte que se acercaba, temía que no supiera cómo sobrevivir los pocos días que tenía. Pasaron unas horas que estaban juntos y Lucas se dio cuenta de que hasta ese momento no había pensado en su enfermedad ni en la muerte. Si hasta ese momento no había sabido cómo pasar los últimos días de la vida, mirando a su amiga nueva acariciando con ternura, el gran monstruo sentado en sus piernas ya sabía que definitivamente quería pasarlos con ella.

 

 

5. Segunda oportunidad

 

Había contado su historia a Sylvia solo una vez y ella no le había preguntado nada. Los siguientes cuatro días, los habían pasado viajando por el país, hablando con la gente y viendo unas películas sobre los lugares más bellos del mundo. Lucas sintió que estaba vivo. En este momento estaba montando una moto prestada con la chica gracias a la que finalmente se sentía muy feliz y agradecido.  Se giró por un momento para ver su hermosa sonrisa. De repente se sintió mareado y perdió el control del vehículo. El chico se desmayó y la moto se cayó y les aplastó a ellos.

Sylvia se despertó en el hospital. Tenía una pierna y algunas costillas rotas. No podía moverse. Su cuerpo estaba cubierto de moretones. Un médico le explicó que con Lucas había tenido un accidente y que él había sufrido unas lesiones graves y se encontraba en un estado de coma y que tal vez nunca se despertara. En el hospital Sylvia conoció a la madre de Lucas. Era una mujer alta y delgada, con cabello negro azabache y ojos grandes y oscuros. A través de las lágrimas le dijo al médico que quería luchar por la vida de su hijo. Sin embargo, Sylvia sabía que eso no tenía sentido. Sabía también que era cuestión de tiempo hasta que los médicos de este hospital descubrieran lo que había dicho el propio médico de Lucas. Por eso decidió contar todo a su madre y le dijo que Lucas había sabido que eso le rompería el corazón y quería pasar los pocos días que había tenido lo mejor que pudiera. Habló también sobre lo que habían visto en los últimos días y le mostró unas fotos donde su hijo estaba muy feliz. Al final le pidió que le perdonara por no haber dicho nada.

Sylvia le había prometido a Lucas que durante cinco días le sucedería algo increíble y que cada día haría algo que no había hecho antes. La chica se sentó en la cama del hospital el quinto día después de hacer una promesa, pensando qué maravilloso podría hacer para cumplirla y de repente comprendió que en ese momento había solo una cosa estupenda que Lucas pudiera hacer antes de morir. Sin embargo, ella sabía que la decisión no dependía de ella...

Había pasado un mes desde ese día. Sylvia fue al hospital con sus propias fuerzas. Las costillas casi no le dolían, y todos los moretones habían desaparecido. Parecía como si nada hubiera pasado, pero Sylvia sabía que no era la verdad y el mejor ejemplo de lo que había sucedido fue un niño sentado frente a ella en un pijama azul con aviones grandes. Su nombre era Matías, era un niño que padecía una enfermedad grave que se llama miocardiopatía que ocurre cuando el músculo del corazón se debilita y se agranda. Hacía un mes, el niño había estado en su lecho de muerte, pero de repente se habían encontrado un donante de corazón compatible. Mirando al niño Sylvia estaba agradecida de que la madre de Lucas hubiera permitido desconectarlo del respirador y así transferir sus órganos a los otros. Sin embargo, había resultado que, debido a su enfermedad, solo el corazón pudo ser trasplantado.

Sylvia sabía que Matías no tendría una vida fácil. Tendría que acudir a los chequeos, tendría una dieta sana, no podría fumar ni beber alcohol. Con un corazón trasplantado podría sobrevivir entre 20 y 30 años. Pero a Sylvia no le importaba eso, ella se había prometido a sí misma que no le dejaría pasar estos años sin disfrutar de la vida. Quería que Matías conociera nuevas cosas cada día, tuviera curiosidad y viviera una vida sin temer al mañana.