SUS OJOS ESTÁN CERRADOS

 

 

I

 

Lola

 

Tardó bastante en despertarse. Cuando por fin abrió los ojos, unos frágiles rayos del sol otoñal y quebrados por la persiana llegaban casi perpendiculares al suelo de la habitación. De un golpe de su vista todavía nublada la chica se enteró (?) de que la habitación era la suya. «¡Qué chulo! Bueno... me da igual.» Intentó levantarse y abrir la ventana por la falta de oxígeno pero, de repente, otro golpe. Como si alguien le pegara la cabeza (?) con un martillo. Nunca antes en su vida había sentido un dolor tan fuerte, tan penetrante, tan... definitivo. Y después... oscuridad, vacío, nada.

 

En el tiempo en que volvió a la realidad ya empezaba a oscurecer. Esta vez, logró ponerse de pie, bien que a duras penas. Estiró el brazo indolentemente y abrió la puerta del balcón. Lo único que llevaba puesto eran unos pantalones muy cortos y una camiseta floja (?), de color gris deprimente, aunque el matiz era más optimista que cualquier otro gris de aquella parte de Cracovia donde vivía. Tras pasar el umbral tomó aire profundamente. Sus pulmones no pudieron soportar tanto esfuerzo y la pobrecita sufrió un ataque de tos. Encima de eso, su sien todavía pulsaba agresivamente y los gritos de niños que jugaban en la calle, unos (?) treinta metros debajo de ella, no mejoraban su estado de ánimo. Solamente los soplos del viento fresco traían algo de alivio.

 

De pronto oyó un sonido estridente, de verdad insoportable. Su móvil se materializó en su bolsillo de manera casi mágica. Lo sacó y echó un vistazo a la pantalla, le estaba llamando su padre. Sin darle una vuelta (?) rechazó la llamada, como no lo necesitaba en aquel momento. Estaba a punto de interrogarse a sí misma sobre qué diablos pudiera pasar la noche anterior cuando se dió cuenta de que le importaba un bledo. Se acercó el cuello de la camisa a la nariz y percibió un olor a perfume. «Bleu de Chanel. ¡No está mal en absoluto! Son apasionados y cariñosos los de Bleu. Qué pena que no recuerde su cara ni nombre. Por lo menos sabía cuando escabullirse, le daré eso.» En su mano se materializó un paquete de Marlboro y encendió uno, tambaleándose de agotamiento. Cerró los ojos y se sumergió en... la oscuridad, el vacío, la nada... pero más definitivos que nunca.

 

II

 

Fabio

 

¡Estúpida, zorra, borracha! Siempre lo mismo. Se pasa con las copas y necesita a alguien que cuide de ella. ¡Es todo su culpa! ¡No está bien de la cabeza! Es una chica fácil. Una nini: ni trabaja ni estudia. Toda la vida está de juerga. ¡Maldita! Me saca de quicio cada vez más. ¿Por qué acordé ir con ella? Soy un idiota.

 

Bueno, esta noche ha sido diferente. Algo extraño ha pasado. No sé. Siempre estaba con la gente. No se callaba. Pero hoy, cuando la encontré en el cubículo de baño, ni siquiera balbuceaba. Nunca le había visto tan perdida. ¡Cómo un cadáver! Por un segundo estuve a punto de preocuparme. No importa. ¡Y qué difícil fue levantarla! Si Miguel no apareciera en aquel momento, no sé cómo la llevaría a la salida solo. El tío es una maravilla. Alto, guapo, con sentido del humor. ¡Vaya! De verdad está para parar un tren. Es una pena que tuviera tanta prisa. Vale. La próxima vez que le veré, le invito a salir.

 

Lo peor fue cuando la idiota perdió el equilibrio y cayó a plomo hacia atrás. ¡Qué horror! Se golpeó la nuca contra el bordillo. ¡Toda la calle se quedó helada! ¿Y qué hizo ella? ¡Abrió los ojos y rompió a reír! ¡Hija de puta! ¡Y por si fuera poco, se puso a vomitar! ¡Qué asco! Todavía me da náuseas. ¿Para qué perdió la conciencia? La traía como si fuera un saco de patatas. Un saco de patatas que te ensuciará los zapatos con vómito...

 

¿Cómo conseguí llevarla a su casa? Ya en la cama no dejó de delirar. ¿Por qué me miraba así? Con sus ojos como la sangre. ¡Parecía un diablo! ¡La estúpida no tuvo ni idea de lo que había pasado! ¿Quizás debía llevarla al hospital? ¿O llamar a alguien? ¿Qué si sufre una conmoción cerebral? ¿Es posible? ¡Mierda! Ya estoy lejos de su casa. ¡Qué frío hace! Empieza a amanecer. ¡Pero ella está sola! ¡No sé qué hacer! ¿Qué hago? ¡Joder! ¿Regreso?

 

III

 

Post mortem

 

–Hola, ¿cómo estás?, ¿qué tal tu divorcio?

 

–Ja. Ja. Ja. No me toques ese tema. La bruja se quedará con la mitad de mis bienes y no puedo hacer nada contra eso.

 

–Hombre, tranquilo. Si necesitas algo, déjame saber. Vale. ¿Qué tenemos aquí?

 

–Una mujer joven, veintitrés años, un metro setenta, cincuenta kilogramos. Se cayó desde su balcón en la décima planta. La causa de la muerte: una fractura de las vértebras cervicales tras la caída. ¡Qué lástima! Era muy guapa.

 

–De acuerdo. No importa. ¿Has encontrado algo? Cuéntame.

 

–A pesar del trauma en el cuello, la mitad de las costillas están fracturadas, lo que es una de las causas de los graves daños de sus órganos internos. Además, unas lesiones leves, sin signos de forcejeo o lucha. Lo que puede interesarte es que en su occipucio he encontrado una fractura que no fue producida por la caída. Es muy probable que hubiera sufrido una conmoción cerebral antes del accidente, necesito más tiempo para confirmarlo.

 

–¿Qué significa eso?

 

–Bueno, si me preguntas, tras emborracharse recibió un golpe en alguna ocasión. El olor a alcohol todavía es muy fuerte. Espero tener los resultados del análisis de sangre muy pronto. Ya veremos si tomaba un poco de algo extra para divertirse.

 

–Una borracha se pasó de tragos, se peleó con alguien, después volvió a su casa y se cayó del edificio por accidente. Las historias así no son nada nuevo. A lo mejor tenemos suerte y la investigación se acabará antes de que uno se dé cuenta. Hoy mi hija cumple años. Más trabajo es la última cosa que necesito en este momento. No quiero escuchar más quejas de ella o de su madre.

 

–Pero no es todo. Rastros de semen.

 

–¿Qué?

 

–He encontrado rastros de semen dentro de la fallecida.

 

–Vaya. Y ahí vamos... ¿Tienes un cigarrillo?

 

IV

 

Lola

 

Una niebla impenetrable cubre todo en el campo de visión. Está cambiándose suavemente de rosa claro a azul celeste, vibra y centellea sin descanso. Echa humo de varios colores y produce burbujas parecidas a las de jabón, pero más brillantes, vivas.

 

En el fondo se forma una silueta que parece acercarse caminando lentamente por un camino inexistente. La silueta tiene pelo castaño, largo hasta la cintura y suelto. Lleva un vestido de verano con motivo floral, anda descalza. Ya se puede divisar los rasgos de su cara. Tiene una sonrisa dulcísima, sincera y aliviadora. Junto con su boca también se sonríen sus ojos. Me aseguran que soy amada.

 

—Me alegro de verte, mi cielo. Aunque no te esperaba aquí tan pronto.

 

Nunca le vi tan joven, tan fuerte tampoco. No tiene arrugas, excepto de esas pequeñas junto a los ojos, causadas por sonreír. No está encorvada y las manos no le tiemblan. No le cuesta respirar, sino que está en plena forma. A pesar de todo eso: sí que es mi abuela.

 

—Cariño, me ves como quieres verme.

 

Lee mi mente. Parece que sabe todo. Es bueno, ya estoy calmada. Se acabó. Nada malo va a pasar. Y lo que pasó, pasó.

 

—¿Sabes cuándo perdiste el control?

 

No se me ocurre. Estaba llena de vida, feliz. Tenía planes para el futuro. Me encantaba reír. Leía mucho e iba al teatro. Tenía ganas de vivir. Con el tiempo las cosas empezaron a cambiar. Unas malas elecciones, un par de desilusiones. Dejé de soñar. Tiré la toalla. Perdí mi confianza en la gente. Perdí la confianza en mí misma. Acabé sola. Desarrollé una desesperada necesidad de sentir cualquier cosa. Intenté sentir algo aunque me daba cuenta de que mi mente se había vuelto insensible. El cuerpo era lo único que me quedaba. Terminó siendo una herramienta y lo usé excesivamente. ¡Vaya cosas que hice! Lo siento, abuela.

 

V

 

Camila

 

—¿Quién es tu compañero? —le preguntó, y dió un fuerte abrazo a cada uno, apretándolos con sus imponentes senos.

 

—¡Es mi hermanito! —gritó—. Se queda conmigo este finde.

 

—¿Primera vez en la ciudad, cariño? Os pongo unas jarras, ¿no?

 

—Gracias. No, la conozco bien —contestó tímidamente—. Busco un cuarto para el nuevo semestre.

 

—¡Y yo le busco a alguien para que folle! ¡Ja, ja, ja! ¡Ah!, por cierto, ¿ha pasado Lola por aquí? Ya es su hora.

 

—¿No sabes lo que ha pasado? —la chica bajó la voz y se inclinó sobre la barra—. Nuestra estrella ha estirado la pata.

 

—¿Qué dices? ¡No es cierto! ¡Tienes que estar bromeando!

 

—¿Crees que bromearía sobre algo como esto? —le lanzó una mirada casi indignada e hizo una pausa.

 

—Disculpen, tíos, pero... ¿de quién habláis?

 

—¡Chitón! Es la más frívola, ya te he hablado de ella —replicó bruscamente a su hermano y se dirigió a la camarera—. Camila, di lo que sabes.

 

—Vale, pues, hace tres días estuvo por aquí, con el humor de siempre, claro, de plena juerga. Vi un par de muchachos seguirla y después desapareció en alguna parte. No lo sé. En algún momento noté que un amigo suyo, el marica pequeño, estaba arrastrándola hacia la salida. No la he visto nunca más.

 

—¿Estaba enferma o le pasó algo? —le interrumpió el hermano menor.

 

—Por lo que sé, cariño, se cayó de su balcón. Horrible, ¿eh? Ayer la policía vino aquí para hacer preguntas, a husmear y todo. Yo que ellos, —se inclinó más, luciendo su escote atrevido— intentaría interrogar al cachas que estuvo con ella aquella noche. Se esfumaron en el mismo momento y después andaba como un pavo real.

 

—¿Les contaste todo a la policía?

 

—¡Por nada del mundo, cabrón! Más vale mantener la boca cerrada que meter las narices en los asuntos ajenos—. Se puso derecha y se arregló su flequillo rubio claro, orgullosa de sí misma.

 

VI

 

Lola

 

Tiene los labios entreabiertos. Aunque siguen siendo carnosos, se han quedado algo agotados, secos y ásperos, sin vida. De color parecen lilas marchitas que acabaron perdiendo su vitalidad después de la primavera. Ruegan que alguien las salve con unas gotas de agua, pero eso no sucede.

 

Sus ojos están cerrados. Los párpados pálidos la protegen de todos los males de este mundo. No le molestan las caras. Está relajada más que siempre. Privada de la vista no siente ningún estrés, la ansiedad y la frustración están fuera del alcance.

 

La sala en que está no es la más acogedora. Las paredes desnudas, perfectamente blancas, son las más crueles, forman un ámbito estéril. El suelo de mármol sólo intensifica la sensación de frialdad en los que visitan ese espacio peculiar. Detrás de ella hay un par de ventanas que dan al jardín. Se ven unos árboles con yemas nuevos que se calientan los ramos en el sol, dispuestos a renacer otra vez y disfrutar su existencia.

 

En su entorno hay doce personas. Doce, y ya está. Han venido tres familiares y dos amigos, no más, no menos. Las siete que quedan se han presentado sólo por pura curiosidad. Estaban curiosos por lo que ha ocurrido, por cómo se ha cambiado su rostro, por si aún sea semejante a la persona que habían conocido en alguna ocasión. Y ahora, que han satisfecho la curiosidad, piensan en volver a sus casas, en mirar la tele y picar algo viendo una película de acción.

 

Está feliz. Y está en calma. No tiene que hablar y no lo desea. No le importa si lo pasa bien, con quien está o el vestido que lleva. Es más afortunada que todo. Realmente le da igual, y el mundo comparte esta actitud. Es como no existiera. Aunque, por otro lado, es cierto que nunca llegó a existir.