No solo las hojas caen en octubre

1. No solo las hojas caen en octubre

 

Estaba cruzando las calles, pisando las hojas podridas. Unas hojas sucias, mojadas, malolientes. Igual como el aire de aquella noche. Cómo puede cambiarlo todo en un mes, pensó. En octubre los árboles brillan con una gama de colores y las hojas que caen, forman una alfombra suave apara dentro de cuatro semanas cambiar en un simple estiércol, en una mierda. Se tumbó en la acera y empezó a gritar: ¡pisadme, que acabo de violar a una mujer! Lo repitió tres veces, o quizás cuatro pero parecía que nadie le había escuchado. Se levantó.

 

Empezó a correr, lo más rápido como podía, como si corriendo, pudiera huir de los pensamientos e imágenes que llenaban su cabeza. Pero eso no era posible. Estaba gimiendo, igual que hacía una hora lo hizo en casa de la chica. Pero esta vez, el gemido no alternaba con su llanto.

 

Giró por la calle de San Antonio dónde la vio por la primera vez. Su timidez le volvió loco. El resto del octubre no paró de pensar cómo romperla. No pudo sacar de la cabeza aquellos momentos cortos, cuando cogió su mano, imaginándose como tocaba su cuerpo entero. Cuando ese momento llegue, mi cariño será lo más delicado que sentirá en su vida, pensó aquella noche, mirando en sus ojos azules.

 

En la calle de San Antonio había solo un restaurante. Mauricio estaba observando la gente dentro. Eran felices, como el y Mónica en octubre. Entró allí. Sus manos, siempre equilibradas, tranquilas, temblaban. Igual como su cuerpo hace una hora y media. No tenía hambre. Decidió pedir una botella de vino tinto. Ya estaba a punto de levantar la mano, que todavía estaba temblando, para llamar al camarero, cuando la vio. Estaba sentada al frente. Así como la dejó, desnuda, con el pelo enredado, con el nariz sangrando. Vio sus mejillas hinchadas, después de haber sufrido varias bofetadas. Miró alrededor para ver si la gente también la veía

 

—¡Qué carajo está pasando! —dijo. Tendió la mano hacia ella para tocarla.

 

—¿Está listo para pedir o espera a alguien? —oyó la voz del camarero.

 

2. Un banco del parque

 

¡Me cago en la hostia! ¿Me estoy volviendo loco o qué? Noo, ¡es solo un puto sueño! Me despierto y ya está. Pero la vi, coño, la toqué, estaba allí. No puede ser que otros no la hayan visto. ¿Tal vez vuelvo y pregunto? Alguien tenía que verla, joder. La gente no aparece así como los putos fantasmas de películas de terror. Sí… a ella le gustaban esas películas de mierda. Qué mal gusto tenía. ¿Y ahora qué? ¿Quiere hacerme un puto REC5? ¿Qué cojones estoy diciendo yo? Voy a acabar en un manicomio. Que alguien me dé un bofetazo y me despierto. O mejor vodka y a fondo blanco. Mejor idea. ¡Qué asco me esta gentuza al lado de la entrada de las licorerías. No dan ni golpe para buscar un curro. La vida de puta madre. Jodeer, ¿Y qué pasa con mi vida? La cagué. Todo a la mierda. Soy un gilipollas. Un imbécil. Todo el tiempo pienso en sus ojos. Los quiero ver. Su mirada de aquel día cuando la conocí. ¿Pero no es que ella me haya provocado? Puta mojigata. Sabía que quería echar un polvo con ella. ¿Por qué me decía lo que me decía? Y yo la deseaba más y más… No se imagina cómo me dolió su rechazo. Puta cabrona con los ojos preciosos. Noo, ella también lo quiso. Lo sé. Sí. Vuelvo a su casa. Tengo que ocuparme de ella. Estaba sangrando. Seguro me necesita ahora. Quien se lo hizo no fui yo. Yo solo quería hacerle el amor…

 

3. Lo que no ves

 

Lo estaba siguiendo. Mauricio iba a paso rápido. Ambos pasaban al lado de la gente pero ellos le hacían caso solo a él. Mónica era invisible para todos, excepto la persona para quien realmente lo quería ser. Estaba siguiendo al hombre que le había hecho daño, pero por quien todavía sentía algo. Quería sentir asco, pero cuanto más quería sentirlo, menos fuerzas le quedaban para odiarlo.

 

Observaba desde lejos cómo se sentaba en el banco. Primero vio si la banca no estaba sucia, como hacía siempre cuando estaban juntos en el parque. Mónica sonrió por primera vez desde hacía horas. Mauricio se tomó un trago de vodka. Parecía que en su cabeza luchaba consigo mismo. En aquel momento Mónica quería tanto poder acercarse a él, sin que no la viera, mirar en sus ojos y entender por qué lo había hecho. Mirar en sus ojos por la última vez.

 

En aquel entonces ya estaba muerta. Era solo el fantasma de una chica que entes había sido feliz, tal vez enamorada. Enamorada de un hombre de quien esperaba paciencia y recibió bofetadas. Estaba muerta y no sabía si iba a poder ver otra vez a Mauricio. Lo más seguro era que no la iba a tocar nunca más. Eso la aliviaba. Al mismo tiempo no podía dejar de pensar de que esa historia no debería haber acabado así. Ambos hemos hecho algo terrible —pensó. Si pudiera regresar el tiempo...

 

Mónica vio a Mauricio levantándose de la banca. Siguiéndolo se dio cuenta de que él volvía a su casa. Se le saltaban las lágrimas.

 

—Yo solo quería amarla —oyó Mónica. Y aquel entonces sintió que estaba cada más lejos de Mauricio hasta que no podía verlo. La tristeza penetraba toda su alma.

 

Mauricio abrió la puerta.

 

4. Las respuestas van a llegar

 

La tocó. Su cuerpo estaba frío. Como si Mónica no hubiera muerto hacía unas horas sino hacía días. Su cara estaba pálida, había desaparecido toda su belleza que atrajo tanto a Mauricio. Varios pensamientos estaban pasando por su cabeza aquel entonces. Ya no estaba seguro de nada. ¿La he matado yo? Repetía en su mente. Estaba dando vueltas por todo el cuarto cuando vio a una mujer.

 

Era una mujer vieja de pelo totalmente cano. Su cara era llena de arrugas. Todo su cuerpo era muy flácido. Mauricio con dificultad vio el color de sus ojos, que además, eran muy pequeños: tenía los ojos azules. Pero ese, era un color diferente. Como si el celeste del cielo lo mezclaran con la ceniza. Mauricio pensó que su modo de vestir era al menos “original”. Llevaba una capa negra, muy larga. Se le notaba un pendiente de oro enorme con un medallón. Debía de valer una fortuna. Mauricio tenía curiosidad de qué estaba dentro. La mujer parecía esconder muchos secretos. Su mirada tranquila y misteriosa a la vez le ponía inquieto. La estaba mirando intensamente, fijándose en cada detalle de su apariencia. Vio que sus labios, pintados de color rojo escarlata, se abrían, querían decirle algo.

 

Dijo que tomara asiento y le indicó con el dedo una silla. Mauricio vio en el dedo un anillo que cubría casi toda su mano arrugada. Cuando la mujer se movió, olió la fragancia de su perfume. Un olor tan embriagador que daba mareos. Ya sentada, cruzó las piernas. Mauricio

 

vio sus tacones de aguja. A pesar de su edad era una mujer elegante. Con cada detalle más que notaba, se daba cuenta de que no era una mujer corriente.

 

Mauricio estaba contemplando a la mujer y en el mismo tiempo preguntándose qué vínculo tenía con Mónica y su muerte. Vio su boca abriéndose por segunda vez.

 

5. Después de la muerte siempre hay algo

 

—Cuando conociste a esta chica, ella ya estaba muerta —dijo la mujer con una voz tranquila.

 

—¿Me toma por un tonto? ¿Qué significa todo ese espectáculo? ¿Quién es usted? —rechistó Mauricio.

 

La mujer sacó del bolsillo de su capa el fragmento de un papel que estaba cortado de un periódico. Se lo dio a Mauricio.

 

—Lee en voz alta, por favor. Mauricio cogió el papel y empezó a leer:

 

—“Una chica joven violada y asesinada en su propia casa” —en la foto adjunta reconoció a Mónica. Leyó la fecha: —10 de septiembre de 2017 —se quedó helado.

 

La mujer continuó con su explicación:

 

—Algunos dicen que después de la muerte no hay nada. Están equivocados. A veces hay una solución. Mónica simplemente quería despedirse del mundo, de su vida. Obtuvo unas semanas más. Y por tú aparición, ella tuvo que desaparecer. Durante el tiempo de despedida, están prohibidas las relaciones personales. Nada de actos físicos. Eso hizo que Mónica tenía que volver.

 

—¿No le parece ridículo? A mí sí, y mucho. Estoy sentado al lado de un cadáver, hablando, con todo el respeto, con una vieja que me está diciendo que había follado un fantasma?

 

Al decir esa frase, Mauricio se acordó de varias situaciones en las cuales, a pesar de ver tanto deseo en los ojos de Mónica, rechazó sus caricias. Y esa última, de hace unas horas. Se dio cuenta de todo.

 

—Creo que quería verme por última vez pero yo hui de aquel restaurante, ¿por qué no me había explicado nada? Ahora, cuando lo entiendo todo, me arrepiento tanto. —Mauricio giró la cabeza hacia chica.

 

—¿Existe una posibilidad de decírselo?

 

En aquel momento el cuerpo de Mónica desapareció y Mauricio oyó su voz:

 

—Soy yo, ¿qué quieres decirme?

 

—Mónica, quiero pedirte perdón. No te dejé despedirte del mundo. Te traté mal…

 

—Mauricio, el tiempo se acaba, tengo que volver —le interrumpió.

 

—¿Hay una cosa que puedo hacer por ti? Solo dímela.

 

6. Epílogo

 

Mauricio tardó meses en encontrarlo. Durante esos meses fue su único objetivo y su obsesión. Hizo su propia investigación. Pasó horas en las bibliotecas buscando viejos artículos en los periódicos. Buscando cualquier rastro del caso. Cualquiera huella que podía acercarle al

 

asesino. Pasó noches y días obsesionado por ese pensamiento: vengar la muerte de Mónica, vengar sus ojos azules, a los que sabía, nunca iba a mirar.

 

Llegó al final el día cuando estaba mirando al hombre a quien buscó tanto tiempo. Era un chico joven, con la cara de un niño, un típico chico del barrio. No parecía haber hecho daño a nadie. Y mirándolo así se dio cuenta de que él también antes había sido un buen hombre. Miró hacia la pistola que llevaba en la mano. Pensó qué fácil había sido conseguirla. Qué fácil habría sido convertirse en un asesino. Todo su plan dejó de tener sentido. A veces uno tiene un plan que cree que es perfecto pero llega la hora cuando se da cuenta que es nada más que un plan de autodestrucción. Ese fue el caso de Mauricio. Apretó el gatillo.