Durante la tormenta el diablo no duerme

 

I

 

Durante la tormenta, el diablo no duerme

 

Blanca empujó la puerta con irritación dándose cuenta de que otra vez estaba abierta. No podía aguantar el comportamiento de Carlos. No importaba cuántas veces se lo había recordado, siempre olvidaba cerrar la puerta.

 

Se quitó las botas y dirigió sus pasos a la habitación de su hermano. Subió rápidamente por las escaleras, viejas y crujientes hasta notar que las bombillas parpadeaban con irregularidad. Pensó que había una ventisca. No obstante, un fuerte olor de azufre daba en la nariz. Torció sus ojos. Incluso la puerta de su habitación estaba abierta de par en par.

 

—Carlos, cuántas veces te he dicho que... —se le hizo un nudo en la garganta. Se quedó inmóvil del susto y vio a su hermano tumbado en el charco de su propia sangre. Sus piernas y brazos estaban encorvados raramente como si muriera durante el baile grotesco.

 

Blanca se acercó con cuidado esperando que se pusiera de pie y gritara que eso era una broma. Una de sus bromas pesadas que le siempre gastaba. Tocó su cortado cuello con la mano temblorosa, y quiso vomitar al sentir a lo largo de sus dedos el calor de su sangre.

 

Tenía que llamar por ayuda. Cogió su móvil e intentó desbloquear la pantalla con sus dedos mojados. Se secó la mano en los pantalones y rápidamente marcó el número de su novio. Se le saltaban las lágrimas cuando escuchaba el sonido del teléfono.

 

Oyó el sonido familiar, muy leve, casi imperceptible. Se tornó y miró agustinamente al rostro de Iván que tenía una sonrisa maliciosa. Pero esa cara no era la misma que veía todo el verano. Era pálido, su piel en sus manos era transparente y se podía ver sus venas privados de la vida. Su móvil siguió sonando la canción durante la que bailaron por primera vez. Miró a sus ojos y notó que brillaban intensamente y tenían el color de la plata. Nunca había visto unos ojos así. No se parecía a él, se parecía a su reflejo. La frontera entre realidad y fantasía se desvaneció, ya no estaba segura si lo que veía era su novio o un espíritu.

 

De repente levantó la mano cubierta de sangre y dijo:

 

—Feliz Navidad, Blanca.

 

II

 

Dentro de los ojos se esconde la oscuridad

 

¿Qué? ¿Qué pasa? Pero... ¿cómo? ¿cuándo? ¿Qué ha pasado aquí? ¿Y qué es lo que tiene en su mano? ¿Qué es esto? ¿Un cuchillo? ¿Por qué lo tiene? ¿Está cubierto de algún líquido rojo? ¡La sangre! ¿Por qué? Iván, mi novio. Ayer estuvo de viaje y tendría que volver en dos días. ¿Lo que ha pasado? ¿Él le mató? ¡No! Ya había muerto antes de que viniera. No puedo pensar así. No puedo. No puedo.

 

¡No, no, no! ¿Él ha matado a mi hermano? ¡Mi hermano está muerto! ¿Por qué? ¿Por qué lo mató? Mi hermano, mi hermanito, mi Carlos. Él no puede morir, es mi hermano. ¡Coño! Mi único hermano. ¿Por qué él? Era muy dura con él. Soy estúpida. Si no me hubiera enfadado con él tantas veces, ahora nos sentaríamos en el sofá como antes cuando éramos niños. Es mi culpa. Si no hubiera sido tan pesada, tan pelma, él no habría vuelto tan pronto y... ahora estaría vivo.

 

¡Qué cabrón! Este hijo de puta. Le odio, le odio. Le voy a matar, le mataré, este cabrón, gillipollas, hijo de puta. Le quitaré esta sonrisa de su maldita cara. Le voy a sacar los ojos de las orbitas.

 

Pero no puede ser, no puede ser él. Es mi media naranja, mi mundo, mi cielo. ¡No! Es mentira, no es él, se parece a él pero no lo es. Es sólo su cuerpo, nada más, pero es diferente. Él no tiene los ojos así. ¡No! Ni la piel tan blanca.

 

No, no es verdad, esto no es real. Estoy soñando. Sí, estoy soñando, esto es una pesadilla. ¡Joder! Una pesadilla, simple y tonta. Una pesadilla tan espantosa como si estuviera en el infierno. Sin sentido, ¿por qué sueño con esto? ¡No, no, no! Esto no es verdad, no es real. Si esto fuera verdad, me despertaría inmediatamente. No puede ser. Es mentira. ¿Y si no?

 

III

 

Dentro de la pesadilla

 

Blanca vio la puerta abierta y entró en la casa en menos que canta un gallo para regañar a Carlos, quien, como siempre, había olvidado cerrarla. Rápidamente subió por las escaleras. Su hermano estaba allí, sonriente y sin decir nada. Sólo la miraba fijamente. Los ojos empezaron a cambiarle de color y la cara se hizo más pálida. "Feliz Navidad, Blanca", le dijo sin abrir la boca.

 

Al oírlo, Blanca se despertó con espanto. No veía nada por la oscuridad total. Notó el olor nauseabundo de azufre otra vez. Estaba tumbada en la incómoda cama, sentía todos los muelles y, para colmo, le dolía el cuello. Palpándose el cuerpo, se dio cuenta de que tenía el brazo roto también. Se percató de que llevaba una bata de hospital, sucia y maloliente. Cuánto tiempo estuvo allí, pensó con miedo.

 

Con gran esfuerzo se levantó de la cama. El dolor le atravesó todo el cuerpo. Tenía la garganta reseca como si alguien le hubiera echado una tonelada de arena. Arrastraba suavemente los pies descalzos sobre el suelo frío. Levantó sus manos en búsqueda de una puerta. Se acercó hacia la pared, moviendo lentamente sus manos por la superficie áspera. De repente tocó algo de madera, era la puerta. Con la esperanza de huir de esa pesadilla, se puso a palparla con ansia para encontrar el picaporte. Primero empezó a buscarlo al nivel del pecho, pero no estaba allí. Se inclinó y vio la luz debajo de la puerta.

 

Quiso gritar, pero, de golpe, oyó unos pasos. Alguien abrió una puerta y sonó un grito horrísono. Se le saltaron las lágrimas porque no sabía qué estaba pasando y por qué estaba en ese sitio. Empezó a rezar y pedir a Dios que la llevara de esa habitación. Los pasos se acercaron hacia la puerta y oyó una voz leve.

 

—¿Se ha despertado ya?

 

IV

 

El Intruso

 

Se extendió un sonido, muy leve y dulce, que se parecía a una canción de cuna. No había nadie que pensara que una persona que tuviera una voz como esa podía hacerle daño.

 

—No tengas miedo —le dijo sonriendo.

 

—Sabes qué tienes que hacer —se dirigió a Iván. Y en ese instante esa voz angelical se convirtió en un ruido que Blanca no podía aguantar. Al ver que empezó a gritar y temblar, la mujer ordenó a Iván que la golpeara para que pudiera llevarla a la sala con tranquilidad. Suspiró y los tres salieron de la habitación.

 

Desosegada, ató su cabello rubio en una cola y cerró de golpe la puerta. Se podía notar que todavía no estaba acostumbrada a ver cuándo su asistente intentaba llevar esas chicas a la sala. Caminaba despacio como si alguien le hubiera puesto una cadena alrededor de sus tobillos. Por lo duro que era, sabía que no había otra opción más que ponerse una máscara.

 

—Ahora vas a estar calladita y no te atrevas a moverte —dijo la mujer cuando entraron en la sala. Iván la ató a la cama. La mujer se alejó y se dirigió a un lavabo. Blanca dejó de luchar con Iván y notó que la mujer lavaba las manos como si tuviera la intención de quitarse la piel de ellas. Después se puso delante del espejo, se arregló el pelo y su uniforme.

 

Se acercó a Blanca y le puso una inyección que causó que no fuera capaz de moverse ni hablar. Lo único que podía hacer era observar atentamente cada paso que daba la mujer desconocida. Movía sus ojos azules de un lado a otro. Tenía la cara castigada. En su mirada se podía ver la tristeza. Parecía que estaba envenenada con los fantasmas del pasado. Después de un tiempo empezó a ver en su rostro el reflejo de sí misma.

 

V

 

Blanca se despertó. Otra vez soñó con su hermano Carlos. Se dio cuenta de que estaba en su propia cama. De repente oyó un golpe en la puerta.

 

—¿Puedo pasar? —preguntó Iván—. Por favor, no te asustes. Soy yo, Iván.

 

Por un momento Blanca quiso gritar, pero le dolía la garganta y estaba muy débil.

 

—Por favor, no me hagas daño —murmulló con los ojos llenos de lágrimas.

 

—Nunca te haría nada malo. Espera. Te voy a presentar a alguien —abrió la puerta y en ese instante entró la mujer de la sala.

 

—No te acerques a mí —resopló Blanca.

 

—Esta es Marisol, mi amiga y también...

 

—… soy tu hermana mayor —dijo la mujer.

 

—¿Cómo? —Blanca no pudo creerlo.

 

—Cuando era pequeña, nuestros padres notaron que no fue una niña normal, como otras. Había algo extraño en mí. No nos conocemos porque me entregaron al orfanato.

 

—¿Cómo puedes decirlo con tanta tranquilidad?

 

—Ha pasado mucho tiempo —resopló—. Pero ahora tenemos otros asuntos.

 

—Mira, después de la muerte de tu hermano conocí a Marisol y juntos queremos capturar al culpable.

 

—No entiendo nada. Te vi aquella noche, estabas pálido y tenías un cuchillo.

 

—Ese no era yo —tragó saliva, de golpe empezó a pensar en cien maneras para explicar algo que no se puede explicar sin verlo primero—. Hay muchas cosas en este mundo que piensas que no existen. ¿Recuerdas alguna película de terror? —Blanca asintió la cabeza para confirmar—. Algunas cosas son de verdad.

 

—Y yo soy la que se ocupa de captar a los que se esconden en la oscuridad —añadió Marisol. Iván la miro y le dio un golpe en el brazo—. E Iván también.

 

—Somos socios —dijo con orgullo.

 

Blanca les miró por un rato y no sabía si decían la verdad. Tal vez podría ser una broma pesadísima. Cerró los ojos por un minuto para que desaparecieran y todo volviera a la normalidad. Cuando los abrió, Blanca e Iván la miraban con agitación.

 

—Y si todo eso es verdad, ¿por que me encarcelasteis y me torturasteis?

 

—Tuvimos que comprobar si no eras un monstruo —explicó Marisol.

 

—Lo que tu viste fue "cambia-formas". Puede tomar forma de cualquier persona. Como lo hizo conmigo.

 

—¿Y que vamos a hacer ahora? —preguntó Blanca.

 

—¡Lo mataremos! —gritó Iván.

 

VI

 

Blanca, Marisol e Iván se fueron en el coche. Blanca preguntó cómo sabían dónde se escondió el monstruo.

 

—Nos llamó mi amigo —dijo Marisol—. Él también está metido en este lío.

 

Cuando llegaron, Iván pidió a Blanca que fuera con él al maletero a mostrarle unas armas.

 

—Mira, esto es una "Beretta 92". Con esto, podemos matar a cada vampiro —dijo sonriendo como un bebé.

 

—Nunca has usado ninguna de estas armas. Deja de presumir y a trabajar. Aquí debería esconderse nuestro monstruo —señaló a un cobertizo, viejo y abandonado—. Si no quieres entrar, puedes esperar en el coche —se dirigió a Blanca.

 

—Está bien.

 

Primero entró Marisol, después Iván señalando con la pistola a todas partes del cobertizo se aseguró que no estaban en peligro. Ese lugar parecía a un edificio de una clásica película de terror.

 

—No hay nadie. Tenemos que...

 

De repente la puerta se cerró, Blanca gritó de miedo. Las bombillas parpadearon hasta que se quedaron en la oscuridad total. El frío le atravesó todo el cuerpo y notó un fuerte olor de azufre otra vez.

 

—Está aquí —murmulló.

 

—No te equivocas cariño —exclamó Iván y en ese instante Blanca pudo ver su cara, pálida e inhumana ya que sus ojos brillaban tan intensamente como las estrellas en la noche despejada. Se quedó inmóvil. Por un segundo pensó que estaba soñando pero sintió el calor de la sangre en su cara cuando Mirasol disparó en la parte trasera de la cabeza de Iván. Asustada, empezó a llorar pero Marisol cogió su mano y se dirigieron a la puerta. Desgraciadamente estaba cerrada. Golpearon en la puerta sin efectos.

 

—Tenemos que encontrar otra salida —dijo Marisol—. Tú, a un sótano.

 

Blanca bajó por la escalera a tientas. No veía ni torta. De golpe se tropezó con algo. Después de un minuto se dio cuenta de que allí estaba tumbado el cadáver de su hermano. Quiso llamar a Marisol pero una mano fría como el hielo, estrechó alrededor de su cuello. No pudo moverse ni gritar. Sólo pudo ver la inhumana cara de Carlos. Poco a poco, perdió el sentido hasta que su cara se puso violeta, o mejor dicho, muerta.