El gato

Aquel día era de verdad muy aburrido. No había nada qué hacer. Estaba sentándose en el salón, se lamía las patas y la cola. Miró al reloj, bostezando... Eran las siete y media y su “dueño” estaba corriendo al trabajo. Un momento después, oyó el chasquido de la puerta. ¡Gracias a Dios! Ya no podía esperar a que este idiota monumental se fuera de su casa. Sí, es la casa del gato, pero el hombre es tan estúpido que piensa que es la suya.
           
“Solo el ser humano puede ser tan tonto, no se da cuenta de que yo soy su dueño y él es mi esclavo: una mascota que vive para entretenerme y darme de comer” —pensó el gato.
            Aquel día, el hombre se había levantado tarde, tuvo que hacer todo rápidamente y se le olvidó dejarle al gato la escudilla con su comida favorita.
            —¡Qué horror! ¡No sé dónde tiene la cabeza! ¡Este mortal humano no sirve para nada! —murmuró el gato mosqueado.
            Se puso negro, pensaba hasta la tarde sobre el castigo para el hombre, pero nada le pareció demasiado cruel. Se subió a la mesa en la cocina. Sabía que el hombre lo odiaba, pero al gato le gustaba ver su rabia. Al sentarse en la mesa, empezó a lamerse el pelo furiosamente para dejar muchos cabellos por todas partes de la cocina. Sin embargo, no se sentía satisfecho: esto no le pareció demasiado. El hombre merecía una venganza más grave. Sin querer, rompió el jarrón y unos vasos con la cola y pasó la pata por la cortina. Dejó una señal estupenda de sus garras.
            “¡Le di a él una buena lección para que no se meta conmigo nunca más!” —pensó el gato contento.
 Después de pensar un rato, decidió no hacer nada más... Quería que el hombre supiera su gran corazón. ¡Pero que sea la última vez!
            Salió lentamente de la cocina, dirigiéndose al dormitorio para descansar un rato. De repente oyó que alguien estaba abriendo la puerta y, aparentemente, no era su “dueño”.
            ¡Madre mía! ¿Qué es esto? ¿Qué hace esta vaca en mi casa? Parece una bruja más vieja que Matusalén. Tiene los ojos como platos, su nariz parece una patata, sus labios gruesos están diciendo “¡Voy a comerte!”. ¡Estoy perdido! Esta vaca es la madre de este idiota, mi dueño... Dios mío, ¿qué hacer? ¿Qué hacer? ¿Qué voy a hacer? ¡Piensa! Veo sus dientes amarillos. ¡Me va a comer! No, no, no... Es solo una pesadilla. Tengo que despertarme... Tengo que tomar una decisión rápidamente.
¡Piensa, Néstor! No sé, no sé... ¡No tengo ni idea!
           
¡Ay, no! ¡La vieja está en la cocina! Oigo su grito... seguramente ha visto el desorden que he hecho hace un rato... Ahora ya no tengo esperanza. ¡La vieja va a matarme y nadie me puede ayudar! Uh, tiene mucha rabia. No le gusta el jarrón roto en la cocina... ¡Ay, Néstor! Te has pasado de la raya. No era necesario hacer tanto lío. Era suficiente dejar muchos cabellos por todas las partes de la cocina y ya. ¡Pero no! ¡Tú querías una venganza más grave y esto va a costarte la vida!
            No, no, no... Ya oigo los pasos lentos de la vieja. ¡Se esta acercando! ¡Tengo que escapar!... ¡Sí, escapar! ¿Pero, a dónde? ¿A dónde?... La puerta está cerrada... No puedo salir... ¡Piensa, Néstor! Estás en el dormitorio... ¡Ocúltate debajo de la cama! La vieja está gorda como una vaca, no conseguirá agacharse. ¡Rápido, Néstor! Ahora o nunca.
            Uff... ahora estoy sano y salvo... Pero, Dios mío, ¡por poco me mata! La veo desde aquí... Se ha puesto negra, me está buscando. ¡No me cogerás nunca, vieja bruja! ¡Vas a enterarte de que los gatos son los seres más inteligentes del mundo! Pero... ¿qué pasa? ¡Alguien me está arrastrando la cola! Néstor... ¡eres  un pedazo de idiota! ¿Cómo podías olvidarte de tu cola?                                                                                                                                                                                                                El gato pensaba de sí mismo que era un pedazo de idiota. Se le olvidó ocultar su cola y, por eso, la vieja le sacó fácilmente de debajo de la cama. El pobre maullaba desesperadamente, pero nadie podía ayudarlo. Además, era un poco rechoncho y esto le imposibilitaba moverse y escapar. Néstor no sabía qué hacer: la mujer lo acercó a su cara y empezó a gritar. Le dijo que era un gato travieso y que a ella no le gustaba el lío que había hecho en la cocina. En aquel momento, el gato estaba seguro de que la vieja lo iba a comer. Con cada palabra abría su boca grande más y más y el gato estaba temblando de miedo y no le llegaba la camisa al cuerpo. Ya no tenía ninguna esperanza de salvar la vida. Estaba dispuesto a la muerte.
            Entonces, se le ocurrió una idea excelente: cuando la vieja acercó su cara al gato, éste le arañó la mejilla. La sangre salió y la mujer gritó de dolor. Néstor aprovechó el momento y corrió rápidamente hacia la puerta. Estaba contento porque pensaba que escaparía del apuro. Pero, de repente, la puerta se abrió y el gato se dio cuenta de que su pesadilla todavía no se había acabado. Apareció su dueño, que había regresado más temprano del trabajo. Su madre le contó todo lo que había pasado y, además, le mostró el lío que el gato había hecho en la cocina. El dueño se puso negro; estaba harto de su gato travieso. Lo echó a la calle y le dijo que no regresara nunca. Pero esto tenía a Néstor sin cuidado. Se sentía el rey de toda la calle y de todo el barrio. Además, el barrio era mucho más grande que el piso donde vivía.
            Desgraciadamente, su alegría no duró mucho. En la calle aparecieron también otros gatos que odiaban a Néstor y lo arañaron gravemente, porque querían proteger su territorio. El gato, desesperado, dormía en el cubo de la basura.                                                                                   Un hombre encontró a Néstor en la calle y lo llevó a su casa. El hombre todavía vivía con su madre. El gato se sentía muy nervioso en la nueva casa e hizo un gran desorden. El hombre empezó a limpiar el desorden que Néstor había hecho. El pobrecito pensaba que era más delgado que un palillo, pero rápidamente se dio cuenta de que se había confundido: al limpiar el suelo de la cocina, rompió un jarrón.
            Oyó el grito de su madre que lo regañaba sin piedad. Sin embargo, él permanecía callado y no respondía. Nunca decía nada para no provocar pelea con la mujer dominante. El hombre escribía un diario donde se lamentaba de todo. Siempre escuchaba a su madre atentamente y hacía todo lo que ella quería. No decía a nadie cómo se sentía. Esta vez, al oir las palabras menospreciables de su madre, se emocionó hasta las lágrimas. Se las podía ver en sus ojos claros como el cielo, pero el hombre decidió apretar los dientes y continuar la limpieza.
            Su madre empezó a gritar más: le dijo que era una persona muy torpe y que no daba ni una. Entonces, para impresionar a su madre, empezó a limpiar más rápidamente. Casi se le olvidó que ya no era ningún niño. Las gotas de sudor bajaron por su frente y por sus mofletes. El hombre jadeaba ruidosamente y no podía respirar. Paró un rato para beber un vaso de agua.
            Su madre seguía ríendose a carcajadas de su torpeza. Él no sabía qué hacer: quería decirle algo a su madre, pero no tenía idea cómo hacerlo; quería echar al gato de su casa, pero no estaba seguro si esto era una buena idea. Era tan difícil tomar decisiones... Además, su madre le ponía negro. Empezó a morderse las uñas. Toda esta situación le traía por la calle de la amargura. Pero, de repente, oyó que alguien tocaba a la puerta...

El hombre estaba con su madre en la casa, cuando, de repente, oyeron que alguien estaba tocando a la puerta. La mujer decidió abrir la puerta.
            —¿Qué queréis? —preguntó indignada—. ¡Si sois Testigos de Jahová, podéis iros a la mierda!
            En realidad eran el dueño de Néstor y su madre.
            —No, señora. Estamos buscando a nuestro gato. Mi hijo, Carlos, se puso negro y lo ha echado de la casa esta mañana; pero ahora está muy preocupado por él. Néstor es su mejor amigo— explicó la mujer.
            “Joder —pensó el gato—. ¡Vaya tontería que dice esta vieja!”
            —¿Entonces, estáis hablando de este demonio? ¡Tu gato me ha destruido toda la casa hace un rato!
            —Pues...¿Néstor está aquí? —preguntó Carlos animado.
            —Desgraciadamente, sí... Este idiota, mi hijo, lo ha traído aquí para nuestro infortunio. ¡Miren lo que ha hecho en la cocina! ¡Estos platos y jarrones me costaron una fortuna! ¡Me ha destruido toda la casa!
            —Bueno, es un gatito un poco travieso, pero bueno... —dijo la madre de Carlos para proteger a Néstor.
            “Este gatito va a hacer tu puñetera vida más triste cuando lleguemos a casa” —pensó el gato.
            —Entonces, ¿por qué lo habéis echado a la calle? ¡Si no lo hubierais hecho, ahora no tendríamos problemas! ¡Vosotros tenéis que pagarme todo lo que ha destruido esta canalla!
            —Señora, ¡cálmese, por favor! —gritó Carlos—. ¡Es mi gato y nadie puede ofenderlo!
            —¡Juan! —la mujer llamó a su hijo a grito pelado—. ¡Ven aquí ahora mismo!
            El hombre vino, pero les dijo a todos que ni pensaba devolver el gato a su dueño. Todos empezaron a pelear.
            —¡Devuélveme el gato, cabrón! —gritó Carlos.
            —Pero mira que te tengo dicho que no lo eches a la calle! —lo regañó su madre.
            Néstor aprovecho la oportunidad y escapó de la casa.