Al borde de la vida

Capítulo 1:

            La luz del día hendió la oscuridad de la habitación, alumbrando todo el espacio tan fuertemente como nunca antes. Carmen, al abrir los ojos, se levantó de la cama completamente desorientada y empujó sin querer una taza del café tan frío como el viento otoñal, que desvanecía fuera las hojas llenas de colores y cuya presencia causó que aquella estación del año fue para ella tan especial como ninguna otra. El aroma penetrante del café empezó a mezclarse con el olor del ébano, que le recordaba siempre los tiempos infantiles, cuando cada mañana se sentaba a la mesa para desayunar en compañía de sus padres y hablaba con ellos de todo lo que en aquel momento le parecía importante. Ahora desayuna sola, encerrada en una casa vetusta en las afueras de Zaragoza.

De repente, la chica oyó unos gritos desde fuera y sin pensar mucho, se acercó a la ventana como un relámpago para ver qué estaba pasando en el jardín de sus vecinos. Divisó por allí un grupo de niños, que disfrutaban del precioso tiempo otoñal tonteando como ella siempre quería. En aquel período, es decir, hace unos 20 años, la vida no era tan fácil como lo es ahora: la Guerra Civil fue una de muchas pruebas de valor, aunque los padres de Carmen siempre querían protegerla de la crueldad de aquellos tiempos para que no viera como la sangre se mezclaba con lágrimas.

Cuando todos los niños después de largas horas, se dispersaron a sus casas, la chica decidió bajar las escaleras parduzcas y casi carcomidas, que recordaban hasta el nacimiento de su abuelo, y saciar el hambre. En la nevera no encontró nada especial; cogió un poquito de pan y empezó a mojarlo en la leche para comer cualquier cosa. Con cada bocado se podía notar en su cara flaca cierto disgusto y quizá también, cierta desilusión con la que normalmente tenemos que ver cuando queriendo algo de todo corazón, no lo conseguimos. Quizá por eso, se sentó poco después en una silla y empezó a pensar en el futuro, que estaba a punto de llamar a su puerta. Sin duda, no era nada fácil ya que Carmen no podía imaginarse a sí misma en dos o cinco años, como si esta visión estuviera metida en algún lugar de su subconsciencia y, por alguna razón, no la podía encontrar tan fácilmente.

Al comprender que sus pensamientos se quedaron en nada, los pasos inseguros la llevaron al dormitorio, a la pequeña oasis donde la vida no la dejaba plantada haciendo siempre su santa voluntad. De repente, la chica alargó el brazo lívido para coger un librito de poemas, fascinándose con cada estrofa de “Noviembre” de Lorca.

Carmen, después de haber leído el poema, se quedó dormida inmediatamente, derramando lágrimas frente a la soledad, cuando fuera llovía a cántaros. Soñaba con el amor, a pesar de que para ella era sólo una teoría, que ocupaba ilegalmente su mente y arruinaba su personalidad tan débil, despreciada, que no quería entender casi nadie.

La vida en soledad era un sufrimiento, cuya forma la destruía poco a poco, sin piedad ni compresión. Así era la vida de Carmen, aunque nunca ha parecido que iba a terminar tan mal.

 

Capítulo 2:

¿Por qué estoy de más? Dime, ¿por qué?  Dios, dime, ¿por qué estoy aquí más sola que la una? ¡Escúchame! ¡Escúchame! ¡No estés con los brazos cruzados! ¿Por qué no puedo verte ahora para decirte a ti cómo estoy sufriendo aquí… en el país que durante los últimos años he visto solo en mapas? Carmen, ¿qué estás haciendo? Esto no tiene sentido. No lo sé, con el corazón en la mano: no lo sé. Quiero que alguien me escuche… ¡Anímate, lo que pasó, pasó! No, esto no pasó, esto dura y durará hasta mi muerte. Sigo viendo aquellas imágenes, sigo escuchando aquel sonido estrepitoso cuándo de repente tocaron la puerta… Carmen, ¡deja de pensar en ello! No, no soy capaz de hacerlo. ¿Por qué yo? Me rompieron la vida. Sí, te privaron de lo que era para ti tan importante. ¡Cómo os echo de menos, padres! ¿Por qué nos separaron? Es algo que nunca he entendido y nunca entenderé. La vida es injusta, la vida me hizo daño. Todos me lo hicieron. Debería ser firme como una roca, pero eso no me cabe en la cabeza. Veo aquel momento cuando dispararon riéndose. Veo la sangre. Aquellos gritos... No puedo, no... ¿Cómo un ser humano pudo hacerle eso a otro? Dios, ¡explicámelo! Dios, ¡dame alguna explicación! ¿Por qué no me mataron a mí también? Quizá ahora no sufriría tanto. ¿Quién es el responsable?

¡Cálmate, niña! Eres la más fuerte. ¡Deja de tragar lágrimas! Ellos te vigilan desde el cielo. Siempre serás su mejor regalo, que ahora debería florecer como la rosa más bonita. ¡Lucha por tu vida! ¡Lucha por ellos! Has vuelto aquí después de tantos años, intentando recuperar lo perdido. ¡No seas tonta! No tengo fuerza. ¿Por qué el mundo es así? Todos a mi alrededor tienen todo lo que necesitan… Yo no tengo nada, no soy nada y no seré nada. Jaime, ¡deja de llamarme! ¡Déjame en paz! No... Él está aquí… Está llamando a la puerta. ¿Qué hago? No, no quiero verle. Carmen, ¡baja! Antes sonreías de oreja a oreja al hablar con él y ahora… ¿Ahora? Agua pasada no mueve molino. Hizo lo que hizo. ¿Recuerdas? Te abandonó cuando más le necesitabas... Sí, me partió el corazón... Aunque…en el fondo del alma quiero que esté aquí conmigo… ¡No, no, no, no lo digas, Carmen, no lo digas! ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué puedo decirle? Estoy entre la espada y la pared. ¡Concéntrate, niña! Le oigo... Está gritando mi nombre, está pidiendo que le deje entrar. No estoy preparada. Sí, Carmen, lo estás. ¡Hazlo! ¡Ve allí! ¡No esperes más! Verás, me voy a arrepentir de hacer esto. ¿Y si me quedo aquí? No, no puedo... Voy a ir, pero no sé qué le voy a decir. ¿Qué quiere él de mí? ¿De qué quiere hablar conmigo? Veo la sombra de su cuerpo. ¡Abre la puerta, niña! Vale, voy...

 

Capítulo 3:

Después de abrir la puerta, apareció él: un hombre ni joven ni viejo, con el pelo lisamente peinado, que sin pensar mucho entró al salón como si tal cosa, teniendo en la mano una botella de vino. De una vez se sentó a la mesa de madera, quitandose su abrigo cubierto de copos de nieve, que en aquel momento estaba decorando el paisaje ya no tan otoñal. Jaime, ya que así se llamaba, era uno de los niños que emigraron al extranjero durante la Guerra Civil Española. Cuando el hombre decidió volver a la Península conoció a Carmen, queriéndola como a nadie más, pero lo que les unía, apagó, así, de reprente, sin ninguna explicación lógica.

El hombre empezó a hojear un periódico sin leerlo en profundidad, comportándose como si no hubiera pasado nada. Carmen al observarlo todo, estaba un poco hipnotizada, no reaccionaba o, mejor dicho, no lo quería hacer. Cada uno de sus gestos la recordaba aquel momento cuando su ex hace muchos años decidió abandonarla sin dejar rastro. La mujer se sentó al borde de la mesa y empezó a mirar hacia arriba. Respiraba de manera tan extraña, como si estuviera a punto de morir sin ser consciente de ello. Ambos estaban haciendo todo lo posible para no decir ni sola palabra, pero el silencio era tan torpe que uno de ellos tenía que empezar la conversación.

—Carmen, ¿recuerdas aquellos días cuando cada mañana pasabamos aquí largas horas hablando de obras de Lorca, bebiendo el mejor café que he tenido la oportunidad de beber durante toda la vida?— preguntó Jaime, teniendo la esperanza de que la mujer iba a responderle a él sin desahogarse.

—¿Por qué me cuentas esto? ¿Por qué me lo recuerdas? ¡Deja de hablar! ¡Lo mejor sería que te fueras de aquí! ¡Déjame en paz!— respondió Carmen, desgarrando a la vez el periódico que Jaime acababa de revisar.

—Niña, no grites, por favor, no grites. Sí, lo sé, lo que pasó pasó pero deja de tratarme como si fuera tu archienemigo...— sin saber qué decir, el hombre intentó calmar un poco la situación y distender el ambiente.

Al oír aquellas palabras, la mujer se levantó de la mesa y se fue al dormitorio para no volverse loca. Pasó allí un instante, abriendo cada uno de los armarios para encontrar finalmente lo que entonces necesitaba. Carmen abrió una ampolla llena de tabletas y las tomó casi sofocándose. Después bebió unos tragos grandes de vodka, que nunca ha y estaba fuera de sí, ya que en su mente aparecieron muchas ideas completamente irracionales. 

La mujer abrió inmediatamente el escondite en el que su padre muerto guardaba una de muchas pistolas que coleccionó durante toda la vida. Al verla, decidió cargarla y volver al salón donde Jaime se estaba impacientando, ya que Carmen desapareció sin decir qué iba a hacer.

Cuando la mujer pasó el umbral del salón, se acercó al hombre para adormecer su vigilancia y empezó a estrecharse contra él para que se sintiera relajado. Cuando Jaime se dió cuenta de que Carmen estaba borracha, se levantó de la silla y se dirigió a la puerta.

—¿A dónde vas, cabrón? ¿Ya vas, calzonazos?— preguntó ella, modulando voz de tal manera, que se sabía que algo malo iba a suceder en aquella casa.

—¡No es asunto tuyo! ¡Desembriagua, tonta!— gritó Jaime

—¿Qué? ¡Qué cara! ¡No te vayas, que tengo para ti una sorpresa!

En aquel momento Carmen disparó, sonriéndose como si fuera un demonio. El hombre empezó a gritar de dolor, usando todas las palabrotas conocidas. La mujer no lo tomó en serio y disparó otra vez para que Jaime muriera, gritando:

Si me abandonaste a mí, no te permitiré que seas el hombre de otra mujer. Te odio, te amo, te echo de menos, nos veremos en el infierno... aunque no lo merezco, ni lo mereces tú.

Carmen, cerró los ojos de Jaime y se acostó al lado de él, a pesar de que no entendía que mató a alguien que amaba, y se puso a dormir, rodeada por charcos de sangre.

 

Capítulo 4:

Después de lo ocurrido, el silencio llenó inmediatamente la casa. A veces lo interrumpía el irregular y un poco temblorosa respiración de Carmen. La misma Zaragoza estaba oscureciendo como si la luna, que de repente se ocultó detrás de las nubes, no quisiera ver lo que ha pasado en la ciudad que en aquel momento daba la impresión del lugar tan hostil y peligroso como nunca antes.

Los faros iluminaban los cansados rostros de la gente en los que se notaba cierta inquietud que verdaderamente amenazaba algo malo. Supuestamente querían dejar fuera la oscuridad constante que de repente empezó a turbar su tranquilidad.

Carmen seguía estando en el profundo y narcótico sueño causado por la mezcla tóxica por la que inmediatamente se volvió loca. La mujer estaba sin moverse, cubierta por la sangre de Jaime, como si viéramos una escena de dos amantes trágicos trenzados en el último abrazo amoroso.

De repente, su cuerpo se movió bruscamente, el respiro se volvió más alto y los párpados ondearon. En su sueño apareció un contorno. Cuando el imagen empezó a aclararse, Carmen vio a un hombre vestido de negro, con los ojos añiles que expresaban un tipo de ira. En sus manos guardaba una de muchas fotografías de sus padres y, por este motivo, la mujer reconoció enseguida su cara. Se dio cuenta de que era uno de los asesinos que un día apareció en su casa con la intención de matarles. Aquel momento otra vez volvió a su mente. Carmen se sintió otra vez como si fuera una niña pequeña, ya que el miedo la anundó la voz. El hombre se acercó, la miró por encima del hombro y de repente se echó a reír de manera tan burlona como si quisiera decirle que no le remordía la conciencia despúes de privarla de lo que era para ella tan importante. Carmen estaba completamente desorientada, se le empezaron a sudar las manos y perdió el norte. El atormentador la agarró por el cuello para en un abrir y cerrar de ojos darle una bofetada, gritando que era igual de despiadada como él:

—¿Ves? ¡Eres igual que yo! ¡Le has matado a él! ¡Le has matado a él a sangre fría! ¡Le has matado a pesar de que le amabas! ¿Recuerdas este momento cuando aparecí en tu casa? ¿Recuerdas cuando disparé? Ay, qué bien recuerdo tus gritos, pero tú eres como yo, sin escrúpulos, tan determinada para demostrar a todo el mundo que sufres tanto como nadie. Eres la peor. ¡No mereces vivir, niña! lo dijo desahogándose.

Repentinamente, Carmen abrió los ojos, pensando que lo que apareció en su sueño era un acto de imaginación, aunque su cuerpo temblaba de miedo, tanto que derramaba lágrimas incondicionalmente. La situación iba emporeando con cada segundo, pero lo que pasó después era muy difícil describir con palabras...

 

Capítulo 5:

—Carmen, ¿puedes oírme? Soy yo, tu querido padre. Ven a nosotros, ven aquí donde la vida es mucho más simple. Sabemos lo que hiciste, sabemos que lo que hiciste merece una condena, pero lo más importante es que queremos que estés al lado de nosotros.... Niña, ¿sabes cuánto tiempo no nos hemos visto?— dijo una voz masculina, que la chica asoció enseguida con la voz de su padre.

—Papá, ¿eres tú? ¿Por qué te oigo? ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado aquí? ¿Por qué estoy cubierta de sangre?— Carmen respondió completamente desorientada, preguntándose si lo que estaba pasando es un sueño o realidad, como si no recordara lo que la ha dicho en la pesadilla el asesino de sus padres.

—Mataste, sabes, lo mataste a Jaime a sangre fría, odiando y amandole a la vez. Mira hacia otro lado y entenderás lo que te estoy diciendo, niña...— de repente, a la conversación se incorporó la voz de una mujer, que sin duda fue la voz de su madre.

Después de haber oído aquellas palabras, Carmen volvió la cabeza y vio el cadáver de Jaime, estrechándole de una vez por el cuello, como si quisiera hacer todo lo posible para volverle la vida. Lo único que se podía escuchar en aquel momento era una serie de gritos y un sollozo empalagado de impotencia. Cuando la mujer entendió que era una asesina, se levantó del suelo glacial y rojo de la sangre para acercarse a la mesa donde estaba la pistola de latón. Carmen la cogió en sus manos y de nuevo escuchó la voz del padre:

—Carmen, ¡no pienses más, no nos hagas esperar más! Sé qué nos echas de menos así de igual como nosotros te echamos de menos a ti. Hazlo, niña mía, mi tesoro más grande...— la mujer escuchó en esa voz una cierta perseverancia, que la afianzó la convicción de que el suicido era lo mejor que entonces podía hacer.

—Padre, es la situación sin salida. No tengo fuerza ni fe ni la sensación de que un dia despues de despertarme estaría en condiciones de decir que entiendo este mundo lleno de dolor e injusticia— lo dijo acercando la pistola a la sien.

—Carmen, niña, ven a mí, que te quiero abrazar y besar así cuando llegabas a nuestro dormitorio cada mañana para decirnos cómo nos querías— añadió su madre que parecía ser un oasis de paz, aunque la situación estaba llena de drama.

En el mismo momento se podía escuchar el penetrante sonido del disparo, que en un abrir y cerrar de ojos tumbó el cuerpo de la mujer en el suelo. La casa otra vez se llenó de silencio, que ocupó este lugar para siempre, tanto como la muerte, que destruyó la felicidad que vivío en este lugar hasta la Guerra Civil Española y así termina la historia que vivió Carmen durante toda la vida.