Nuevo decreto

 

 

I

 

 

"Nuevo Decreto" 

 

Tiratefuera era una ciudad pequeña que tenía unas estrechos económicos, pero asimismo se desarrollaba rápidamente atrayendo emprendedores de todo el país. El alcalde, Pablo Pablos, era impulsor de muchos cambios útiles; durante su mandato la ciudad llegó a ser un respetado mundialmente centro de comercio. El lector puede hacerse una pregunta: ¿Cómo lo consiguió en solo dos años? Primero, Pablo Pablos era un hombre muy puntual y trabajador. Llegaba al trabajo primero y salía cuando nadie estaba. Segundo, su organización era impecable: ponía los documentos en archivadores, marcaba las cosas importantes con tacos adhesivos, su horario era planeado hasta el último minuto, sobre todo le gustaba el orden y la armonía. Su despacho era un verdadero paraíso para perfeccionistas. Incluso su señora de la limpieza repetía: “¡Ojalá todos mis clientes fueran así! 

Un día el alcalde organizó una asamblea especial para analizar su propuesta de legalización de: "Nuevo Decreto sobre los Asuntos Más Aburridos del Mundo". Un portavoz del Ayuntamiento, que era también un amigo del presidente, le aconsejó que verificara si los concejales realmente leían los documentos que preparaba, porque muchas veces errores pasaban desapercibidos y los poderes locales se exponían al ridículo. El hombre aceptó la proposición y añadió en muchas partes del decreto puntos de tipo: "A cada imbécil que va a pasarse por el semáforo rojo le vamos a dar golpes con un bastón cinco veces.". 

Por mucho que esperara, nadie se dio cuenta de los inadecuados puntos del Decreto, es más, los miembros de Consejo hacían sabias muecas y le asentían para darle muestras de aprobación, alabando el documento por su “espíritu progresista”. Diez veces preguntó si no encontraron algunos errores. Una señorita, conocida por su inteligencia en el Ayuntamiento, con una sonrisa ancha respondió que no notó que algo fuera mal. Al oírlo todo Pablo Pablos se puso rojo, tiró el documento por la ventana y empezó a reírse a carcajadas. 

 


 

II 

 

"Dentro de Ayuntamiento" 

 

Los minutos están pasando. ¿Cuánto va a durar esto? Diez minutos.... Veinte minutos... Me tienta decir la verdad ahora mismo, pero no, tengo que aguantar. Quiero que lo encuentren solos. Media hora... Ayy, han descubierto el pastel. Mi asistente Dolores. Un rayo de esperanza en este cruel mundo, es la única que piensa aquí. Increíble...Ya lo saben. 

 

Ya no puedo. Una vez, me matarán. ¡Debería grabar sus caras! ¡Tranquilate! ¡Tranquilate! No puedes comportarte así. Eres alcalde, conserva tu dignidad. Calma. Calma, ya. Van a pensar que no tengo dos dedos de frente. Es una casa de locos, lo juro. 

 

¡Qué sabios se creen! “Lo sabía desde el principio.” Seguro... Otro comentario de este tipo y me muero. Un tonto monumental. ¿Y qué dice ahora? "Usted es un bromista." ¿En serio? Otro sabelotodo. No le puedo ver ni en pintura. Uno... dos... tres... cuatro... Respira.... Bueno... ¿A quién quiero engañar? Aquí nadie comparte mi amor a esta ciudad. 

 

¡Maldita banda de estafadores y vagos! No hicieron absolutamente nada, y eso que les había avisado de que es un documento importante. ¿Pensaron que me engañarían? No...¡Esto nunca! Se van a enterar de lo que vale un peine... Chapuza, chapuza y otra vez chapuza, es lo único que les sale bien.... 

 

No puedo pensar así, no puedo. ¿Cómo podría despertarles? Si todos fueran como Alicia... 

Quizás prepararé una reunión sobre organización de tiempo... O un guión sobre buenas presentaciones... Sueño con un grupo de compañeros que sea trabajador, puntual, escrupuloso...¡Ya sé! Voy a enfocarme en estos jóvenes pasantes. Hay que rescatarles para que el resto de los vagos no les eche a perder. 

 

Dos horas... Por fin, esta farsa se ha acabado. Estoy hecho polvo... 

 

 

 

 

 

III 

Una pasante. 

 

Cuando empecé a trabajar en el ayuntamiento como pasante, pensaba que iba a ser el trabajo más aburrido del mundo. Tenía muy mala opinión sobre los políticos y el funcionamiento de la administración pública, pero Pablo Pablos, mi jefe, me había devuelto la fe en la gente. 

 

Después de un año de nuestra colaboración dudé que existiera una persona más dedicada a su trabajo que él. No sé por qué amaba tanto a Tiratefuera y de dónde sacaba la energía suficiente para responder a las quejas constantes de los ciudadanos, pero durante su cadencia la vida de nuestra ciudad se mejoró considerablemente. 

 

Con el tiempo me convertí en su brazo derecho, entonces conocí todos sus hábitos. Era muy organizado y trabajador, organizaba todo en archivadores. Su alma de perfeccionista se podía notar a través de su manera de vestir. Era muy elegante, llevaba los trajes que le sentaban como un guante. Siempre estaba ocupado, a veces pensaba que tenía el poder de estar en dos lados al mismo tiempo. Con este ritmo de vida no podía estar gordo. 

 

Aunque era muy exigente y nos daba muchas tareas, nos trataba muy bien. Era alma de Dios, siempre se acordaba de nuestros cumpleaños y nos compraba unos regalitos bonitos, muchas veces hechos a mano. Sabía cómo integrar el grupo para que en la oficina hubiera buen rollo. 

 

Una vez, vine al trabajo muy desanimada porque acabé de romper con mi novio. En aquel periodo teníamos muchas obligaciones porque era el tiempo de las elecciones. Intentaba fijarme en mis deberes, pero tras dos horas estaba tan deprimida que me puse a llorar como una Magdalena. Pablo Pablos era muy amable conmigo: me consoló y dijo que regresara a casa. 

 

Nuestro alcalde era un ejemplo de lo que puede hacer una pasión con el hombre. Pablo Pablos me había mostrado que si dejamos el alma en nuestro trabajo podemos salvar cada obstáculo. 

 

 

 

 

 

IV 

Inversor raro 

¡Señor Pablos! Necesito decirle algo sobre nuestro huésped –la asistente parecía muy nerviosa. 

¿Sobre el señor Manolo Martínez que viene dentro de cinco minutos?– preguntó Pablo Pablos. 

–Sí... El mismo. Es uno de los inversores de Madrid que hemos invitado, ¿usted le recuerda? 

–Naturalmente, ¡él nos había prometido una cantidad de dinero que no veas! 

–Es que... No sé cómo decirlo –Dolores empezó a morderse las uñas –. Es un hombre...particular. 

–Perdón Dolores, pero no te entiendo –el alcalde frunció el ceño–, ¿podrías dejar de andar con rodeos y explicarme en qué consta esta “particularidad”? 

–Manolo Martínez es un millonario extravagante y piensa que es Sancho Panza, y que usted es Don Quijote –dijo en una espiración. 

–¿Qué? – gritó. 

En aquel momento se abrió la puerta del despacho y entró enérgicamente un hombre bajo, gordito, llevando en mano un gracioso sombrero. 

–¡Buenos Días! – el señor Martínez les saludó efusivamente –. Muchas gracias por su invitación. Es un poco temprano, pero a quien madruga, Dios le ayuda. 

–¡Buenos días! – respondió Dolores porque Pablo Pablos se quedó atónito –¿Le gusta su hotel? 

– No tanto, el castillo de la princesa Micomicona es un poquito agobiante; sin embargo, no me quejo: a caballo regalado no le mires el diente. 

–Bueno...Propongo pasar al tema de las inversiones en Tiratefuera –el alcalde finalmente recuperó su voz –. ¿Su generosa oferta sigue siendo actual? 

¡Claro! Ya tengo todo preparado para nuestra próxima salida, cinco millones de euros, como hemos hablado. 

– Quiero que usted sepa que estoy gratamente agradecido aunque no sé si usted tiene claro lo que queremos hacer con este dinero y quién soy –dijo Pablo Pablos intentado ser cortés. 

–Querido amigo –Manolo Martínez parecía estar ofendido –, usted es el mayor caballero de nuestros tiempos: Don Quijote. 

– Señor Martínez, creo que hoy no soy capaz de negociar con usted. ¿Por qué no empezamos nuestra “salida”  mañana? 

– El que siembra vientos recoge tempestades; estoy seguro que esta vez vamos a combatir a este mago malvado que le persigue –dijo Sancho, o sea, el señor Martínez–. ¡Regreso mañana y empezamos la aventura! 

–No se ganó Zamora en una hora –dijo Dolores riéndose por lo bajo. 

¡Dolores! –el alcalde le echó una mirada fulminante.

 

V

 

Final triste 

 

Después de muchos años de ejercer el cargo de alcalde de Tiratefuera, Pablo Pablos estaba agotado de la gente apática y desanimada que no tenía ganas de cumplir bien con sus deberes, especialmente del margen más despreciado por el que pensaba solamente cómo aprovecharse del dinero público. Los ciudadanos no apreciaban su dedicación y el trabajo inmenso que había hecho para que en esta ciudad lúgubre se viviera mejor. Este mundo de los absurdos le entristeció y le quitó todo el entusiasmo. Finalmente, decidió alejarse de la ciudad y empezar de nuevo. 

 

Su último día del trabajo estaba muy melancólico. Cuando metió todas sus cosas en cajitas, su despacho se quedó muy austero, frío e impersonal. En las paredes de color azul celeste quedaron huellas cuadradas de los cuadros y marcos que había puesto Pablo Pablos. Los estantes normalmente llenos de archivadores coloridos ahora estaban vacíos. Antes el despacho había sido un lugar ruidoso y lleno de gente; siempre entraba o salía una muchedumbre de inversores, concejales y ciudadanos, ahora lo más chocante era el silencio innatural que interrumpía solo el tic-tac de un reloj. 

 

El exalcalde pasaba por última vez por los pasillos oscuros en cuyos muros en los os cincuenta habían pintado los acontecimientos más importantes de la historia de Tiratefuera (su autor no era nada bueno, entonces fueron un tema de las bromas constantes). 

 

Cuando salió del edificio, echó una mirada a la fachada del ayuntamiento. Hacía mal tiempo, el cielo estaba nublado y gris. En un día soleado la fachada estaba bastante bonita: la adornaban frescos y esculturas que en el fondo azul causaban muy buena impresión; sin embargo, aquel día todo parecía estar mortecino, las esculturas hostiles y tenebrosas. La última disposición de Pablo Pablos fue instalar sobre la entrada del ayuntamiento un nuevo letrero con una cita de su escritor favorito ruso que decía: “¿De qué os reís? Os reís de mismos

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