La lluvia

 

1. La lluvia no es la responsable se quien se moja.

 

         Llueve dinero. Desde hace aproximadamente una hora no para de llover. Las calles están mojadas de papeles con una imagen de algún viejo importante encada uno. En las aceras empiezan a formarse unos charcos de billetes. Los bancos están completamente empapadas; igual que los parques de juego, las escaleras exteriores de las casas antiguas. Todo vestido de los colores familiares: verde, bronce, azul marino y violeta.

         Los coches casi no se mueven por unos atascos que se han formado en el centro. Cada uno salta de su vehículo, se frota los ojos neuróticamente y empieza se baile tribal: bracea sin control para que no se le escapa ni un solo papelito. Las hormiguitas que cada día siguen la misma ruta de trabajo, hoy se pierden desorientadas en la jungla urbana. Unos corren, saltan y se quitan las chaquetas para preparar unas cestas improvisadas, otros se quedan sin mover, boquiabiertos, con las miradas ausentes y las caras dirigidas al cielo.

         El mendigo que siempre está sentado detrás de la iglesia, sonríe por primera vez en esta década, rellenando su cartón con unos billetes sobados. Un chico travieso intenta coger algunos en su boca, igual como lo hacen los niños con copos de nieve, pero le impide un grito de su madre: “¡no lo hagas, Dios Mío, nunca se sabe quién lo ha tocado!”. Las abuelitas que vigilan el barrio, situadas en sus balcones con gatos, crucigramas y té verde, recogen todo lo que cae del cielo con una rapidez de las correadoras profesionales.

         Las estrategias son variadas. Una adolescente coge unos puñados grandes de lo que está acostado en el suelo y guarda el dinero en su bolso, su amiga prefiere recoger lo que ya ha caído usando su paraguas vuelto patas arriba. Unos, gesticulando furiosamente, recogen todo lo que aparece en su alrededor; otros, conscientemente seleccionan el dinero y eligen solamente los nominales más altos. Pero nadie se queda indiferente, nadie se cierra en casa y detesta entre gran placer de hacerse rico... sin hacer.

 

 

2. No nos dejes caer en la tentación.

 

         Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino... No puedo, claro que no puedo... ¿Por qué gritan tanto? ¡Pecadores! ¡Animales! Calma. Cálmate. Otra vez.

         Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre...Este dinero sucio les va a matar. Les mata ahora. ¿Qué hago? Hay que hacer algo. Ayúdame, Padre, necesito ayuda. ¿Qué hago con estos perdidos? ¿Qué puede hacer una sola monja? Locura. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo... Concéntrate, tonta. ¡No, no, no! No es para tí. Es una locura. Van a pagar... Es un pecado...

         Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino. Danos hoy nuestro pan de cada día... Danos pan. Pan que compramos cada día. ¿Y los pobres? Danos pan. Pan o dinero. ¿Y si es un don divino? Probable. Un mensaje, un regalo. Un regalito. Dios nos quiere. Nos quiere. Nos quiere y nos da todo lo que necesitamos...Y perdona nuestras ofensas... ¡La lluvia de dinero, por Dios, imposible! ¡Qué suerte tenemos! ¡Qué gracia divina! Sí, sí, que el dinero es como el pan. Metáforas. Dios habla con metáforas. No es dinero. Sucio. Capitalista. Es puro. Divino. Cae del cielo. El cielo es Dios. Nos comunica algo.

         Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Es todo para nosotros. Es bueno. ¡Qué alegría! Es lo que necesitamos. Piensa, piensa. Que podías hacer con tanto dinero... ¡Padre, tu gracia es infinita! Podemos ayudar. A los niños, los padres, los mendigos. Pobres y enfermos. ¿Quién no lo necesita? ¿Yo? Yo también, soy un ser humano. En este mundo no hay nadacierto, nada seguro. Es bueno. Hay que estar seguro. Seguridad. Lo que nos regala el Padre. Podemos usarlo y tenerlo. Apreciarlo. Como Dios manda. No nos dejes caer en la tentación; mas líbranos del mal. Amén.

 

 

 

3. Una mujer estadística.

 

         Hace tres días la vida de Grażyna cambió por completo. No podía creer en su suerte, no podía dormir por la noche y estaba excesivamete simpática, incluso para su marido. Siempre decía que el dinero no era esencial, que lo más importante era la familia, la patria, comportarse bien y no dañar a los demás, pero – hay que decirlo directamente – en ese momento de su vida, la pobrecita necestaba ese dinero más que nada. Tenía que hacer obras en la cocina, comprar un regalo para la boda de Grzegorz y, para colmo de males, se acercaba la Navidad.

         Grażynka, como la llamaban todas las vecinas, era una mujer bien arreglada de sus sesenta años (pero todos sempre decían que no se nota, que su maquillaje la hace parecer juvenil), polaca de nacimiento, católica practicante, una ama de casa casi perfecta, la esposa orgullosa de Tadeusz y la madre de dos hijos. Su aspecto era muy agradable, a pesar de unas arrugas pronunciadas en su frente y unas patas de gallo que bordeaban sus ojos (“es que hay que envejecer con dignidad”), unos quince kilos de sobrepeso (“uno no puede negarse a sí mismo todos los placeres de la vida”) y un peinado de los años ochenta (“la moda pasa, el estilo permanece”).

         Era una mujer del Renacimento: tenía muchas aficiones. Le encantaban los culebrones, las crucigramas, las compras en los centros comerciales enormes, la moda y la belleza. Su afición más apasionante era gastar dinero en unas cosas de poca importancia con las que intentaba rellenar su existencia. No sabía mucho de política, pero le gustaba hablar de los temas morales con sus amigas y le encantaba tener razón. Por eso nunca se peleaba con Tadeusz: si se tiene razón todo el tiempo, no hace falta perder el tiempo para discutir.

 

 

 

4. Es una ilusión.

 

         Adam estaba sentado en la cocina como todas las mañanas, comiendo cereales con leche. Su padre, con una expresión de cara de asceta, que casi nunca cambiaba, leía un periódico. Su madre trajinaba en torno a la nevera.

         ― ¿Por qué no salimos a la calle y recogemos el dinero? ― Preguntó el chico con una curiosidad típica de los niños de diez años.

         ― Cariño... ― empezó a decir la madre, con un tono resignado ― No es tan fácil como parece. En realidad no tenemos derecho a hacerlo.

         ― Hoy en día no existe ninguna cosa que pertenezca a nadie ―añadió el padre―. Lo que cae a tu propiedad se vuelve tu propiedad. El problema es que los que tienen las propiedades más extensas realmente son los que menos necesitan incluso más dinero.

         ― ¿Qué hacen las personas que necesitan dinero? Si lo cogieran, todo sería más justo―. El niño parecía totalmente perdido.

         ― Pueden trabajar. Con la Lluvia aumentó la cantidad de trabajo. Se necesita unas personas para recoger el dinero de las calles, empaquetarlo, organizarlo y transportarlo ―el padre intentaba explicar la situación de manera más simple.

         ― Y después, ¿pueden coger tanto dinero como necesiten?

La madre le echó al padre una mirada desesperada. ¿Cómo explicar a un niño algo que no es ni justo, ni lógico; algo que todos aceptan, pero pocos entienden?

         ― Reciben tanto dinero como vale su trabajo ―comentó el padre.

         ― ¿Unos trabajan y otros recogen lo que cae del cielo? ¿Pero... por qué?

Era la pregunta que los padres esperaban, pero no querían responder. Siempre era el primer signo del alud de preguntas que no se terminaban. Preguntas duras, complicadas, que muchas veces quedaban sin respuesta.

         ― El dinero, por tangible que sea, es una ilusión. Piensas que un día tiene tanto valor, pero otro día no vale casi nada.

 

 

5. El país como lo recuerdo.

 

         Este país no se parece a ningún otro sitio del mundo. Es bastante grande, comparando con otros países del mismo continente. Aunque no ha pasado mucho tiempo, cuesta mucho reconocerlo. No es parecido a la ruina que dejó la ideología pasada, la ruina que era presente apenas unos años antes. ¿Quién se iba imaginar que una anomalía meteorológica podría introducir tantos cambios?

Desde el exterior empieza a recordar todos los países que le rodean. Al oeste ya saben cómo dar abasto con la lluvia, cómo apreciarla, usarla, cómo ordenar, contar y organizar todo el dinero que cae del cielo. En este país la gente ya no está acostumbrada a las lluvias tan fuertes. Pero el tiempo cambia progresivamente.

         Recuerdo cuando todo en el país era gris. Las calles, los edificios, la tele, los perros y las caras de la gente que pasaba al lado cuando iba al trabajo. Ahora, cuando veo las calles "vestidas" de billetes, puedo creer que la hierba realmente es más verde al otro lado. Recuerdo los olores de la ciudad que se extendían por la mañana. Cuando era niño, pensábamos todos los días al aire libre, que olía a aventura. Ahora no puedo reconocer las olores de mi ciudad. El dinero no huele.

 

         Recuerdo el acero de nuestro columpio, duro al tacto, frío y sólido. Nos parecía algo permanente, algo seguro e indestructible. Finalmente, recuerdo el sabor de la fruta que una anciana vendía en su tenderete, al otro lado de la calle. No puedo olvidar esa frescura jugosa de las frambuesas que teníamos el placer de comer una vez al año. Ahora puedo comerlas todos los días. Pero ni el sabor de 365 frambuesas de plástico puede igualar a la una recién arrancada. Finalmente, recuerdo muy claramente los gritos de mis amigos cuando nos estábamos persiguiendo y el sonido de la guitarra cuando estábamos bebiendo y tocando en la calle por las noches.

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