Lo que el Coronel no dijo

 

I

Varsovia, el año  2015

–Come niña, mira que flaca estás –el Coronel sonrió con benevolencia poniéndole otra cachito de le tarta –Te hago un té ¿quieres, verdad?

–No, tío, ya estoy llena –intentaba protestar la chica.

– En tu edad se debería comer más –el hombre movió la cabeza con fastidio mostrando mueca.

–Mejor que me cuente más sobre Moscú, porfa –dijo la niña.

–Ay, hijita, ¡qué buenos tiempos pasé allí en Moscú! Mira, con el dinero por ejemplo nos pasaba cosa rara. Ves, cuando yo y mis compañeros fuimos una vez a cambiar unos 10 dólares, nos dieron unos sacos repletos de rublos. ¡Imagínate que hasta nos estorbaban a la vuelta a casa –se rió –Con este dineral comimos como los reyes durante toda la semana. La crisis por todas partes y nosotros vivimos mejor que nunca.

–¿Y es verdad que ellos allí no comen pan? Olga y Nikita no compran nada en la panadería, me dicen que no les gusta nada de allí.

 –¿El pan integral Borodinsky has probado? ¡Está para chuparte los dedos!– le dijo muy emocionado– Lo que también me gustó en Moscú fueron las mujeres. El hombre va por la calle y no para de voltear la cabeza para ver las bellas que pasan en dirección contraria. Con un amigo, solíamos ir a una pastelería para ver a una morenita que trabajaba allí, ¡Ay, qué linda era esa mujer!

–¡ No quiero oír ni una sola palabra más sobre Moscú! –le remató la tía al entrar a la cocina –Hay que sacar al perro –le mandó implícitamente. Pero el Coronel no le hizo mucho caso y en bromas le parpadeó a la niña.

Lentamente empezó a ponerse la chaqueta, la bufanda y la gorra: en esta edad hay que cuidarse mucho. Hace ya años su cuerpo robusto y firme por ejercerlo a diario en el servicio militar, ahora se dejaba vencer por la cruel vejez. Sus movimientos ya no eran tan ágiles como antes.
Llamó al perro para que viniera. Peque
ñito, fofo y muy enérgico cachorro parecía ridículo al lado de su dueño, pero en realidad este perrito era su mejor amigo. Este, y desde un poco también lo era la hija de su hermano que vino a su casa para hacer las prácticas en la capital. El Coronel, padre de dos hijos ya adultos, pensó con lástima en lo mucho que le gustaría tener una nieta como ella. Sobre todo porque a ella, lo que parecía extraño, sí que le gustaban sus cuentos sobre los tiempos remotos. Y él sentía esa necesidad de echar fuera todo lo que había vivido, sacarlo a la luz del día. Así de nuevo podría sentirse como un treintenero. Aunque hayan cosas que nunca podría decirla, ni a ella ni a nadie más.

 

II

Moscú, el año 1994, una iglesia ortodoxa

            Padre, bendiga a Jurij. Ayúdele a encontrar  trabajo. Ay, ¡cómo me pesa la vida! Ulijana y Victor me dicen que quieren esto, luego que quieren otra cosa pero yo no se los puedo facilitar. ¡Les daría todo, si tan solo pudiera hacerlo! Se me parte el corazón, no, no quiero ni pensar en ello. Desde siempre me falta dinero. ¿Y por qué? ¿Qué he hecho yo para sufrir tanto? ¿Y mis niños, qué culpa tienen ellos? No es justa esta vida y encima que yo sola tengo que mantener a toda la familia. Jurij es un buen esposo, sí, lo es. ¡Pero él bebe! y ahora es cuando aún más a menudo se da a la bebida... ¡Dios mío, Señor nuestro! Ya no tengo fuerza, no sé cómo arreglármelas con todo esto. Si viviera mi madre todavía, seguro que las cosas irían mejor. Ella siempre sabía cómo ordenar a estos sinvergüenzas que llevaban días rascándose la barriga. ¡Ay!, cómo te echo de menos, mamá. Que la paz esté con ella. Padre altísimo, haz que prospere a Ulijana, que tenga ganas y capacidades para estudiar. Es tan lista la hijita mía, los supera a todos en su colegio. ¡Qué orgullosa estoy de ella! Ojalá la vida le sea fructuosa a que ella se lo merece. Yo no le puedo garantizar nada, es lo que más dolor me causa. Padre, bendice también a Victor, que sea un chico obediente y que quiera ayudarme. ¡Ay!, lo rebelde que es este niño, ya no le tengo paciencia. ¿¡Cómo puedo ser buena con él si solamente me causa angustia!? No vuelve hasta muy entrada la noche, siempre le veo con un cigarillo y muchas veces con el rostro amoratado. ¿Cómo no me iba a preocupar? Tal vez Jurij tiene razón con lo de haber heredado el cáracter de su abuelo: Victor es clavado Kazimir, dos inútiles en la familia. O igual le he criado mal, no le he hecho suficiente caso, no sé yo. Es tan duro ser madre,  cuando tu esposo no te brinda el apoyo. Se me cae el mundo encima y las cosas se lian cada vez más, pues ¿qué quiere este coronel polaco de mi hijo? Vino aquí hace poco tiempo de Polonia.  Fiodorowa dice que él trabaja para el Estado Mayor General y que vino para averiguar las circunstancias de la Masacre de Katyn. Pero yo veo a Victor hablando con él muy a menudo y no sé de qué tratan. Victor me comenta que el coronel no es un hombre malo y que es un buen amigo del señor Bezrukov. Pero esto me extraña aun más, pues qué relación puede tener este con el otro si Bezrukov es un hombre aislado y muy frío en el trato. ¿Y ahora entabla amistad con un militar polaco? Quién soy yo para juzgar todo esto, Dios mío, pero me preocupa que algo malo pueda ocurrir entre nosotros por culpa de este coronel polaco. Señor Dios poderoso, te suplico que bendigas a nuestra familia para que, en estos tiempos turbulentos, podamos vivir tranquilos en paz y amor. Amén.

III

Moscú, el año 1994

            El Coronel miró detenidamente al hombre que estaba sentado en frente de él.  Había algo en este personaje que echaba para atrás, igual lo era esa asquerosa y maligna sonrisa o tal vez lo eran sus ojos idos. De todas formas parecía sacado de otro mundo y aun más al verle haciendo círculos sobre los bordes del vaso. Digan lo que digan, este hombre no parecía un tipo con quien hacer negocios. Ya porque despertaba inquietudes, ya porque provocaba desconfianza en la gente.  No obstante, al Coronel no le quedaba otra. Solamente hizo muecas al oír grandes sorbos de aquel hombre “vaya manera de tomar un café” pensó. El Coronel estaba acostumbrado a la disciplina militar, a la pulcritud por la que muchos podrían llamarle una persona tiquismiquis. Para él, era muy importante la condición de su cuerpo. Por todo esto le fue tan difícil tratar con aquel ruso. Le daba asco hasta su vestimenta. El ruso llevaba una chaqueta vieja y haraposa que le quedaba grande; su camiseta ni siquiera había sido planchada antes de salir de casa, de lo que el Coronel se dio cuenta cuando este se levantó para saludarle. Pero lo peor en él era su mirada. En sus pequeños maliciosos ojos no sólo se veía la intransigencia, sino también el humillado servilismo ante quien le ofreciera más dinero. El Coronel había oído chismorreos sobre él. En el mundo clandestino de Moscú fue un personaje muy conocido, al que muchos tenían miedo. Los negocios sucios, las encomiendas sospechosas. El Coronel vacilaba si merecía la pena correr tanto riesgo. El ruso, impacientándose de tanto esperar, se puso a investigar con un palillo los trozos de comida atrapados entre sus dientes. Unos minutos más tarde se alisó su melena grasienta y se dirigió al Coronel:

–¿Haraszo?

Haraszo.

            Se rió a sí mismo mostrando de nuevo sus dientes amarillos. De pronto, se calló y empezó a calcular lo que podría ganar en este negocio. El dinero le volvía loco. Se le notaba que era lo único que podría excitarle y lo único que respetaba en su maldita vida. No le importaría pasarse de la raya para obtener más dinero. A este respeto ni siquiera la vida humana tenía valor alguno para él. El ruso se levantó de la silla y se despidió del Coronel.Al verle salir, el Coronel le echó una mirada de aversión y se dijo a sí mismo en voz baja:

 –Joder, ¿en qué maldito lío se había metido este Victor...?

IV

 

Moscú, el año 1994

La plaza Lubyanka

 

 

–¡Señor Coronel! –el Coronel oyó la voz a sus espalda. Dio la media vuelta y vio a un chico corriendo en su dirección.

–¡Victor! –le reconoció enseguida.

–Señor Coronel, quería... –el chico se reclinó e intentó recobrar la respiración –quería darle las gracias.

–¿Darme las gracias por qué? –el Coronel frunció el entrecejo.

–Por lo que usted había hecho, por el dinero que usted había devuelto en mi nombre.

–No me lo agradezcas. Prométeme solamente que jamás volverás a repetirlo. La mafia de Moscú no es una broma. ¿Me has entendido, chiquillo?

–Pero... –el chico intentó protestar.

–¡¿Me has entendido?!

Haraszo, le he entendido –el chico bajó la cabeza desilusionado.

–Vale, bien, ahora vete ya a casa. –el Coronel suspiro –No quiero que se preocupen por ti, y menos tu madre que estaría enojadísima si supiera que otra vez hablas conmigo.

–¡Daswidania! –el chico le saludó al largarse.

 

Dos días más tarde. Las 9 de la noche.
El Coronel recibió dos golpes graves en el estómago y perdió unos dientes de frente.

–¡¿Quién te había mandado, jodido polaco, meterte en nuestros asuntos?! –le gritó un ruso que estaba en frente de él braceando con la intención de golpearle de nuevo.

–¿Qué queréis? –sopló el Coronel –¡Ya os había pagado la deuda!

–Sí, habías pagado la deuda pero no la tuya, hijo de puta, y encima que te habías olvidado de pagar los intereses –le remató otro ruso que lo estaba agarrando por la chaqueta.

–¿Cuánto queréis? Os devuelvo todo pero dejad en paz al chico.

–Gieorgij, ¡agárrale fuerte!

–¡Sí, señor! –respondió con servilismo la voz detrás de la espalda del Coronel.

De pronto se hizo de noche.

 

 

 

 

V

Varsovia, año 2015

–¡Kacper! –silbó el Coronel y llamó a su perro– hay que volver ya para la casa.

En el camino a casa el Coronel se quedó pensativo y se acordó de ese día invernal del 1994, del peor día que pasó en Moscú durante esos dos años. Aquél día hacía tiempo de perros, el cielo estaba grisáceo, las nubes amortajaban toda la ciudad, y, de vez en cuando, repentinamente y con mucha fuerza caía la lluvia. Las gotas caían sobre los tejados de las innumerables casas y oficinas, sobre las doradas iglesias ortodoxas y sobre los museos. La lluvia mojaba a los peatones que siempre a estas horas frecuentaba las calles de la ciudad, y también mojaba al cadáver de un hombre desconocido. Su cuerpo ya lívido flotaba sobre la superficie del río Moscova. Lo encontró un chico que pasaba por allí e inmediatamente avisó a la policía. En pocos minutos estos ya estaban en el lugar designado. Salieron del coche y prepararon todo para sacar el cadáver de las tibias aguas del río. Tras un rato estaban examinando el cuerpo y a primera vista supusieron que aquel hombre había muerto por asfixia. Los policías permanecieron unas horas más en la escena del crimen. El cadáver fue amortajado en un saco negro sobre el que caían las gotas de la lluvia produciendo un sonido espantoso.

 La intervención de tantos policías levantó  gran interés entre los transeúntes. El puente sobre el río se llenó de mirones. La gente vestida en gabardinas y llevando los paraguas abiertos se estrujaba entre los demás para ver lo ocurrido en la orilla del río. De vez en cuando aparecía un valeroso que se atrevía a pasar por la barrera para poder ver aún más. Estos señalaban con el dedo índice al ataúd y a los policías cuyos uniformes estaban todo cubiertos de mugre.  Al cabo de un rato, el cielo se estaba despejando y salieron los primeros rayos del sol. En la orilla del Moscova el único rastro que perpetuó la intervención policial fueron las huellas de zapatos bajo el barro.

No se hizo eco del asunto, todo lo contrario. Todos sabían, sin embargo, que fue un delito cometido por la mafia.

Unos meses más tarde de lo sucedido el Coronel volvió a Varsovia. Hasta hoy día recibe  postales navideños de Victor y de su familia.

El Coronel suspiró. Se prometió a sí mismo que no contaría a nadie, ni a la nieta de su hermano, ni a ninguna otra persona lo que había ocurrido aquel día en Moscú.

 

     

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Comentarios: 1
  • #1

    M (jueves, 11 febrero 2016 23:09)

    Impresionante...