La sonámbula

 

1. El verdor de sus ojos

 

            Las lámparas de araña iluminaban la sala de baile compitiendo con los candelabros que, soportando las diminutas velas, solo ofrecían una luz mortecina. Dirigió la mirada a las paredes carmesís festoneadas con un sinfín de espumillones y guirnaldas. Unas plantas grotescas trepaban por las columnas de mármol.

            Un camarero cuestionó la existencia de la ley seca ofreciéndole una copa de champagne cuyo borde decorado de azúcar daba un toque refinado a la bebida, que corría hasta altas horas de la madrugada.

            Él la vio por el rabillo del ojo. Tenía los pómulos salientes y los ojos de tono verde pistacho estaban sombreados por unas afiladas pestañas. Su vestido de tafetán ceñido de color fucsia apagado con sutiles cortes a la altura de las rodillas mostraba unas piernas esbeltas y bronceadas.  El escote triangular y la espalda al aire estaba cubierta por ostentosos collares de perlas. Se abrió el paso entre la multitud por medio de empujones y codazos leves.  La masa de bailarines no le dejaba apresurar el paso.

            Este baile, el charlestón, provoca un tipo de psicosis colectiva entabló la conversación.

            No, es la música que nunca volverá a ser tocada de la misma manera.

            Me sorprende el color de sus ojos. El verdor de los campos nunca será el mismo. Tengo miedo de que decírselo a usted haya sido una impertinencia.

            Esta impertinencia ha sido oportuna teniendo en cuenta nuestra estancia en esta época de despilfarro la mujer se encogió de hombros.

            El hombre frunció el ceño. Era atractivamente pelirrojo, alto y esbelto. Se decantó por un sencillo traje negro.

            No sea tan sarcástica. Usted forma parte de este mundo dominado por el esplendor.

            Para mí esta fiesta nocturna es solo un sueño.

            Sin esperar la respuesta, la rubia frenética salió del Hotel Plaza. El camino que escogió seguía recto, pero la gravilla obstaculizaba cada uno de sus ligeros pasos. El revolotear de su vestido era casi imperceptible. La luna estaba envuelta con unas pequeñas nubes grises. Central Park estaba cubierto de neblina, pero la mujer no se paró ni para tomar un respiro. Al llegar a un pequeño lago oscuro metió la mano en el agua gélida.

            Mama, despiértame, por favor susurró.

 

2. Volveré.

 

         Volveré. Ya estoy cerca, ya casi lo he logrado. Ya casi estoy llegando a mi casa. 

            ¡No, no, no! ¿Por qué no he traído mi cuerda? ¡Cómo la necesito ahora! Es que soy tonta. No, no soy tonta. Soy una pedazo de subnormal. Siempre me lo decían los niños de mi escuela primaria y tenían razón. Si me hubiera atado la cuerda en el cuello en vez de esos collares de perlas estaría ahora en mi cama...

            ¡Me cago en la leche! Con lo lista que soy y no me había atado esa maldita cuerda... Pero bueno, estoy en mi cama... Estoy allí muerta. No, muerta no... Solo mi cuerpo está sin alma. Nada grave, ¿verdad?

            Cálmate, Francisca, cálmate. Mantén la mente fría. Encontrarás una solución. Volverás. Sabes cómo funciona el sueño lúcido. Lo sabes exactamente. Es díficil, es tremendamente difícil, ser consciente de lo que estás soñando y manejarlo, pero... Este sueño es... Es como si fuera un viaje a través del tiempo. Duermes, viajas donde quieras, te despiertas. Nada complicado.

            Por Dios... ¿Qué he hecho yo? Estoy en Nueva York, mi cuerpo retrocedió casi cien años... No, mi cuerpo está en mi habitación, pero mi alma está atrapada... ¡Está atrapada! Atrapada entre dos realidades.

            No llores, Francisca, no llores. Volverás. Toca otra vez el agua, está gélida. Debería despertarte. Por favor, no llores.

            Tranquila, es solo un desdoblamiento astral. Suena peor de lo que es en la realidad. Si tuvieras la cuerda, llevaría tu alma a tu cuerpo. ¿Por qué mi cuerpo astral no quiere unirse con el cuerpo físico?

            Espera, espera, espera. Hay varias maneras para volver. Sí que eres tonta, pero usa tu cerebro. Estoy... Por Dios, me he mordido la mano, he dado golpes con la cabeza contra el árbol... ¿Por qué no funciona?

            ¿Cuántas horas llevo aquí? ¿Por qué no me despiertan desde allí?

            ¡No, no puede ser! Madre mía... Ya me acuerdo... Ya me acuerdo... ¿Y si mi cuerpo murió? ¿Si viéndome durmiendo sin moverme ni nada me llevarían al hospital?

            Me odio. Deja de ser idiota. Metéte al agua y despiértate, no hay nada más fácil. Tranquila, va a funcionar. Volverás.

            Mamá, rescátame...

 

 

3. Una sola noche   

           

            Sabía ocultar sus sentimientos, pero durante esa noche los ojos los delataban. Era una mujer moderada que sabía reprimirse.  Cuando contestaba a las preguntas de su jefe no sonaba convincente aunque conociera la respuesta. Sus compañeros de trabajo decían que llevaba una vida retraída y ella era consciente de que lo único que le interesaba era encerrarse en su pequeño piso. Pasaba horas en la cama intentando conciliar el sueño y trasladarse a otro mundo. Se enzarzaba en ese ritual, el sueño lúcido era su remedio a todo el dolor que se reflejaba en sus serenos  ojos.

            Tenía el pelo pelirrojo. Siempre recogía los rizos alborotados con una cinta negra. Tenía la tez clara casi como la porcelana y las facciones de una aristócrata. Nunca se maquillaba, quería ser invisible. A veces se vestía con la ropa de su ex novio. Era una de sus extravagancias. Metía la camisa con las mangas descosidas dentro del pantalón o se ponía un peto vaquero que rozaba el suelo cuando andaba.

            Las calles y los pasillos abarrotados de gente desconocida le daban miedo. En los tiempos del instituto, Franscisca siempre caminaba manteniendo una postura recta y erguida. Era un típico Argues, aventurera y valiente. La escogieron como presentadora de deportes de la televisión local. Le faltaba la coordinación suficiente para practicar deportes, pero sabía cómo conquistar al público. Su amplia sonrisa y la risa contagiosa eran inolvidables. Era genuinamente graciosa. Pronunciaba las palabras con la falsa dulzura criticando a los deportistas, pero pasaron siete años y Francisca casi dejó de hablar. La ansiedad por ser criticada se apoderaba de ella.

            Decía que la buena suerte solía esquivarla cuando su vida dio un giro aterrador. Ella no tenía la culpa, pero con el eco que hizo la prensa la gente estaba a punto de tomarse la justicia por su mano y lincharla. Después de perder todo empezó a trabajar como editora de libros. Su piel se volvió totalmente pálida y se le caía el pelo. Se le veían las costillas por comer poco. No podía tragar nada. Vivía bajo estrés, porque no podía permitirse el lujo de perder su trabajo. Al trabajar como presentadora mostraba una actitud despreocupada. Una sola noche borró todas las cualidades que la distinguían de los demás. Su fuerte personalidad desapareció abrumada por lo que había hecho su padre.

 

4. Un recuerdo de Washington

 

            Unos golpes en la puerta la despertaron.  Francisca abrió los ojos y tomó un respiro profundo. La llenó el alivio. Se acercó a la puerta con un temor inexplicable.

            —Por favor —imploró Greta—. ¡Ábreme la puerta!

            —¿Qué haces aquí? —preguntó con inquietud.

            Estoy de visita —respondió de forma cortante.  

            Greta, su única amiga, entró en su piso, pero ocurrió que no era el único intruso. Celine, la madre de Francisca, saltó al vestíbulo antes de que su hija cerrara la puerta.

            —¡No! —protestó Francisca— No quiero verte. ¡Lárgate!

            —Solo queremos hablar contigo —dijo Greta con serenidad—Tu madre me pidió ayuda, porque tú no quieres hablar con ella.

            No voy a decirle ni una sola palabra respondió con desdén señalando a su madre.

            —Franci, cariño, yo sé lo que sientes intervino CelineTienes que vivir, salir del piso y no dormir todo el rato.

            Mamá... No sabes nada. He pasado tantas angustias en mi puta vida que no es nada raro que ahora quiera estar sola.       

            —Sí, hija —asintió—Pero yo no tengo la culpa. Es tu padre quien...

            —Mientes, mamá —la interrumpió—Greta, ¿quieres saber qué hizo mi cariñoso padre?

            —No sé si es un momento adecuado... —Greta vaciló.

            Mi padre está en la cárcel —murmuró Franci con desaliento— Trabajaba en las construcciones como director de obra. Hace ocho años dirigió la construcción de un rascacielos en Washington. Como sabes, el director entrega todos los documentos técnicos de la obra al propietario. Mi padre mandó comprar unas piezas de construcción más baratas, pues de mala calidad. El dueño de la fábrica era su cómplice y nadie se dio cuenta de eso...

            —Lo hizo, porque teníamos deudas —observó Celine.

            Greta, sal de aquí mandó Francisca sin desviar la mirada de la cara de su madreMi mamá justifica la muerte de mil novecientas noventa y seis personas con la falta de dinero para un nuevo vestido de Chanel.

            ¿Qué hizo tu padre? Greta preguntó con incredulidad.

            — Mi padre mató a tantas personas inocentes, porque mi madre despilfarraba nuestro dinero en joyas y bolsos.

            —¡Tú también derrochabas dinero! gritó Celine.

            —¡Tú me dabas dinero! Si yo lo hubiera sabido, nunca habría gastado ni un dólar.

            Yo no sabía nada —la voz de Greta transmitía tristeza—Pensaba que te mudaste a Nuevo Orlean, porque tu hermano había muerto en una catástrofe...

            Francisca admitió derramando las lágrimas En Washington. Era uno de los mil novecientos noventa y seis desdichados...

 

 5. Otra vez West Village

           

            Una mañana tan fría y húmeda no concordaba con los recuerdos que tenía de Nueva York. La niebla difuminaba los perfiles de los edificios. Francisca ya había entrado en el distrito de West Village. El empedrado de la calle no estaba deteriorado como el de sus recuerdos. Su nostalgia se reflejaba en el cielo descapotado. La muerte de su hermano la había derrumbado. Su dolor era tan palpable que decidió huir de todo el apoyo ofrecido por sus amigos. La visita de su madre desmanteló de un plumazo ese mundo que construyó más de siete años. 

            Su antiguo hogar familiar, abandonado por todos después de lo de Washington, se situaba en una de las zonas más prestigiosas y privilegiadas de Manthattan. El rosal trepaba por la pared de la casa intercalada entre otras casas dignas para los más vanidosos neoyorquinos. Las contraventanas negras como carbón contrastaban con los blancos alféizares. Los ladrillos eran tan rojos como siempre. Al ver la casa, la añoranza por su hermano se apoderó de ella. Necesitaba sentir su presencia.

            Un atisbo de esperanza la llenó después de haber entrado en el vestíbulo que combinaba una arquitectura moderna con muebles de madera noble. Ese ambiente tan sofisticado siempre la oprimía.

            El diseño de la chimenea, incrustada con elementos de marfil, situada en frente de la maciza puerta del vestíbulo se ajustaba perfectamente al  estilo excéntrico de su madre. Francisca con vacilación se acercó a una hilera de fotos colgada en la pared de color púrpura desvaída. Vio la cara de su hermano. Esa casa almacenaba toda su disconformidad a lo ocurrido. Se desplomó sobre las baldosas enervemente gélidas. Pasaron unos largos minutos. Se levantó bruscamente y salió a la calle sin entrar en la cocina situada detrás del salón ni a su habitación.

            De repente experimentó una punzada de dolor provocada por el hierro de las barandillas de las escaleras, por los pocos árboles que cubrían las elevaciones de otros edificios, por Nueva York. Vio a un anciano que le pareció conocido. Frunció el ceño.

            —¿Qué hace aquí? —la preguntó con incredulidad—. Yo le conozco.

            —Usted se ha equivocado —contestó con una sonrisa.

            —Le dije que el verdor de los campos nunca sería el mismo por el hecho de haber visto sus ojos —murmuró. Nueva York. Año 1920.

            —Esto no es posible —respondió tajante Francisca. Usted se ha equivocado. Esa noche fue un sueño, ¡solo un sueño!

            Usted hizo algo en contra de la naturaleza. Usted no sabe nada. Su padre es inocente. ¿Piensa que la muerte de su hermano fue una casualidad? No sea tonta. Le mataron, porque en sus sueños veía demasiado. Usted también tiene ese don. Ya la están buscando. Debe huir, porque para muchos puede ser útil. Tiene un gran arma y no quiero ver como van a torturarle para conseguir lo que no reveló su hermano. Nueva York ya no es su casa.

 

 

 

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Comentarios: 1
  • #1

    M (jueves, 11 febrero 2016 22:33)

    El último parrafo me ha puesto los pelos de punta!