Bienvenido, Madrid


Bienvenido, Madrid

Dejó de hacer la última maleta y se acercó a la ventana. Unas farolas iluminaban la calle siempre llena de transeúntes. Entonces también, a pesar de noche, tanto ésa como el resto de las calles reflejaban el ritmo de vida de la ciudad, una ciudad que nunca dormía, que nunca paraba ni se dejaba llevar por los sentimientos. Desde la vigésima cuarta planta del edificio Victoria oteaba el panorama con cierto sentimiento de pérdida, con un mudo “adiós”, junto con una tristeza que paulatinamente había llenado su corazón desde el día en el que reconoció la tremenda verdad sobre el estado de salud de su tía Ana. A alguien le podría extrañar lo fuerte que era su apego a ese continuo sonsonete, al bramido atronador de los vehículos, a la prisa de la muchedumbre que iba a todo correr por sus asuntos como si fuera algo que le iba a asegurar la felicidad. Pero la fuerza de los gigantes rascacielos y el áfan de éxito presente en cada callejón hacían que Victoria nunca olvidaba lo que le habían enseñado sus padres, los señores Shelley:  la ambición y la fe en sí misma.

Los letreros luminosos destellaban con una paleta de colores como si quisieran guiñarle y en cierto modo darle ánimo. Se sintió un poco mejor y abrió la ventana. Oyó el traqueteo del tranvía junto con risas de unas pandillas de amigos que iban o volvían de fiesta. Dejó que un aire glacial refrescara su rostro agotado y entrara a la habitación, después de lo cual puso la radio con la esperanza de que un sonido cadencioso de la música paliara sus nervios.

“The famous Italian womanizer has cheated another naive woman. This time in USA. The victim was robed for 20.000$. One more time the criminal disappeared without a trace. The police are investigating the case and asking for vigilance...”

Las últimas noticias en inglés. Una de las últimas miradas melancólicas a esa calle que la afectaba de cerca especialmente, ya que pasó allí toda su vida. A partir del día siguiente tendría que asimilar otra calle como suya, otro piso como su domicilio y la compañía de una persona a la cual había visto solamente una vez en la vida.

De repente un soplo del viento tiró un sobre del antepecho al suelo. En un abrir y cerrar de ojos Victoria corrió hacia él y lo paró con una palmada. Clavó en él los ojos, que se le vidriaron de nuevo y levantó el envío de las baldosas avellanadas.“Victoria Jackie Shelley, 34 East 62nd Street, New York Manhattan CA 10065, USA”: leyó por centésima vez como si quisiera asegurarse de que la carta estaba destinada para ella. El contenido ya lo conocía de memoria: un par de frases en un inglés chapurreado, resultados de los exámenes y un ferviente ruego de ayuda.

“Bienvenido, Madrid”— se dijo a sí misma, aún en su piso de lujo que acababa de abandonar.

 

 

Lo siento, pero su tía...

¿Quién es? ¿Quién es? ¡La mató! Muerta… Estaba enferma, la enfermedad la mató, seguramente, la enfermedad. Muerta... ¿Quién fue? ¿Por qué lo hizo? Muerta... ¿Para qué he venido aquí entonces...?Me arrancó de mi hogar cómodo, del trabajo, me alejó de los amigos. El fin de mi vida ideal. En vano, en vano... Ya no te cuidaré. ¡Qué dices! Era tu tía. La hermana de tu padre. La tía... estaba tan feliz mostrando ese anillo de esponsales... Su risa estridente. Muerta, muerta... Estaba viva y está muerta... Respiraba y no respira... Se reía y quedó muda para siempre... Escribía cartas y ya no las escribirá jamás...¡No llores mujer! Si por lo menos pudiera hacer algo...Retroceder el tiempo, llegar unos días antes... Cálmate, concéntrate. ¿Quién pudo ser? ¿Con qué motivo lo hizo? La enfermedad, como que no, la enfermedad, estaba enferma. ¡No te engañes, mujer! Muerta... ¡Qué demonio me ha tentado a entrar en este bar! Verdad... es verdad... el policía dijo que habían excluido la muerte natural...que no fue por enfermedad... ¿¡Por qué entonces!? La tía estaba en el lecho de muerte. Matar. Matar a una mujer pobre, sin riqueza, sin  influencias... ¿De dónde lo sabes? ¿Qué sabes tú de tu tía, si conoces su vida sólo de las historias que te había contado el padre? ¿Qué pasa aquí? ¿Qué pasóanteayer? “Tenemos nuevas informaciones en relación con el brutal asesinato de la cuarentona que tuvo lugar hace dos días en el barrio de Chamberí”. “Tenemos nuevas informaciones...”, “...el brutal asesinato...”, “...el brutal asesinato...” ¡Para qué has entrado en este bar! Maldita tele, malditos periodistas, malditos caraduras... Meten la pata en todas partes buscando escándalos. Buitres, asquerosos buitres que se aprovechan de las desgracias humanas. Respeto, ejjj... ¿dónde está? Lo comentan... lo comentan todos. ¡Basta ya! Vuelvo a Estado Unidos. Le organizo el entierro y vuelvo. ¿Y el trabajo que has dejado? El piso lo has alquilado... Me quedo. Me quedo e intento arreglármelas sola aquí. Vuelvo, por mucho que sea espléndida la vida en España, por más que parezca el paraíso, como opinan los enamorados del bochorno y la juerga. Muerta... No murió. La mataron. ¡La mataron sin piedad! No regreses, tonta. Sí que puedes hacer algo. Lo buscas... Te quedas y lo buscas hasta el resultado. Descubrirás toda la verdad de este misterio, el motivo... El  motivo, el porqué. Muerta... no respira... muerta... Te voy a encontrar, dondequiera que estés, adondequiera que vayas... Muerta... mataste... ¡Tú la mataste! ¿Por qué? ¿Ocultaste algo, tía? Lo descubriré. Lo sabré. Te encontraré. ¿Basta ya? ¡Y un jamón! El juego está por comenzar...

 

 

 

No todo es lo que nos parece

Pasados unos meses Victoria empezó a llevar una vida normal y corriente. Así por lo menos parecía. Rápidamente obtuvo trabajo en una de las empresas en el centro de Madrid y se acostumbró a vivir en unas condiciones nuevas. Mas en realidad no le abandonaron unos pensamientos incesantes sobre su tía, así como la convicción de que la policía local no tomó bastantes remedios para agarrar al criminal. Su estado de ánimo era tan diferente al de la gente que pasaba a su lado cada día, constantemente despreocupada y relajada, como si no tuviese ni molestias ni dudas que a ella la penetraban sin cesar desde la llegada a esa ciudad. No había día sin ver las noticias, sin leer los periódicos ni buscar informaciones de los asesinos en el Internet. El causante del crimen desapareció como si le hubiera tragado la tierra.

Día tras día, la mujer se fue sintiendo más desanimada y desilucionada. Involucrada en el tema de la muerte de su tía olvidó de sus necesidades, sus aficiones que siempre la habían mantenido con vida. Ojeando un periódico en búsqueda de unas informaciones policiacas, vio un anuncio sobre una exhibición de cuadros de unos pintores principantes madrileños. Su corazón latió más rápido, sintió una necesidad enorme de participar en el acontecimiento, lo que con frecuencia solía hacer en Nueva York. Miró el reloj. La exhibición empezaba en unas dos horas. Dejó el periódico, aplicó en los labios la barra de labios roja y salió de casa.

Al entrar en el lugar indicado, Victoria se encontró en otro mundo. Las personas con clase, conocedores del arte, unos cuadros en el estilo moderno...

—¿Intenta interpretar que puede presentar este cuadro?— oyó detrás de la espalda—. Era un hombre de mediana edad, con una mirada viva y atrayente.

—Un ramo de flores... o una estrella fugaz— respondió la mujer indecisa.

—No todo es lo que nos parece...— anunció misteriosamente el desconocido

Durante la conversación Victoria se enteró de que su interlocutor se llamaba Paolo y era un verdadero amante de la pintura. Era un emigrante como ella y vino de Italia con la intención de hacer negocios. Victoria quedó bajo una gran impresión del hombre y los dos intercambiaron los números de teléfono.

De repente, oyeron un estallido de la parte izquierda del aula y un penetrante grito de mujeres. Miraron al techo, que en aquel lugar empezó a deshacerse. Los servicios dirigían a la gente a las salidas de emergencia, pero esta, asustada y desorientada, corría por todas partes. Victoria perdió de vista a Paolo, pero su objetivo era encontrarse fuera lo más rápido posible. Afortunadamente el techo no se deshizo completamente, tampoco había fallecidos ni heridos de gravedad. Victoria se dirigió hacia su casa con la intención de llamar a su nuevo amigo.

 

 

 

La revelación de la verdad

—No puedo dejar de pensar sobre esto— dijo con una mirada apagada, con sentido de la culpa dibujado en el rostro, como si quisiera perdonar por lo que le quitaba el sueño desde hacía tantos días. Suspiró y clavó la mirada en la espuma de su latte.

Sintió en su mano suave tacto de la palma de su interlocutor, el mismo que sentía desde hacía unas tres semanas. Era una palma dura y fuerte, pero en el contacto con la piel de la mujer se hacía delicada y tierna.

Dolcezza mia, es normal que una historia así te haya conmovido, tanto más que concierne a un miembro de tu familia. Pero... yo que tú, intentaría olvidar eso y no me metería en un asunto tan impreciso. No quiero que te expongas al peligro— respondió el hombre.

—¿Debo dejarlo y no vengar la memoria de mi tía? ¿Después de tanto tiempo de la búsqueda del asesino?— preguntó Victoria con desconfianza.

—Exacto— dijo su amante, asintiendo con la cabeza, lo que causó que un mechón le cayera a la cara. A pesar de unas canas su pelo todavía era negro y brillante—. Tu investigación no volverá la vida a tu tía, pero sí que puede empeorar la tuya. No quiero perderte. No quiero perder estos preciosos ojos verdes, estos labios voluptuosos, no quiero perder a la mujer por la que estoy loco.

Esas palabras provocaron que Victoria se pusiera roja. Eso le ocurría a menudo en el contacto con los hombres.

—Quizás tienes razón... si la policía todavía no lo había capturado... ¿qué posibilidades tengo yo?

—Eso es, amore. No pienses más sobre esto, no quiero verte tan preocupada y ausente— dijo Paolo, acariciando el pelo rubio de la mujer. Ella apreciaba la fuerte sicología de su nueva pareja, su paciencia e indulgencia, así como la capacidad de saber calmar sus nervios y aclararle las cosas.

—Te puede parecer tonto, pero cuando te revelé la verdad percibí inquietud y algo como miedo en tus ojos. Entonces pensé que te asustaste de que en mi familia había pasado algo tan horrible y que no tendrías ganas dequedar conmigo más.

—¡En aboluto, dolcezza! Simplemente me conmovió la historia y la conciencia de que alguien pudiera hacer algo tan terrible. ¿Dejarte? ¡Nunca!—explicó el italiano nerviosamente—. No pienses más sobre esto— añadió con cuidado y llamó al camarero para pedir la cuenta.

 

 

 

 

 

 

El desvarío

 

—Siéntete como en tu casa, amore— dijo Paolo y fue a la cocina para buscar un sacacorchos.

Fue la primera visita de Victoria en el piso de su pareja. Era pequeño, pero acogedor, con un salón elegante, por donde la americana echó una ojeada y percibió un gran ramo de flores y una botella de vino tinto en la mesa. No obstante, se dirigió a otra habitación. Excepto unos libros de arte y unos cuadros, no encontró allí nada interesante. Justo en el momento en el que quería salir del cuarto, llamó su atención un objeto brillante en la mesilla de noche. Se acercó a él y se dio cuenta de que ya lo había visto antes. Se petrificó en un santiamén. Se precipitóhacia la puerta y salió corriendo del piso.

Las sucias escaleras color gris marengo parecían no tener fin, unos garabatos en las paredes desconchadas atacaban su vista, que en aquel momento buscaba solamente la salida. Sintió un soplo de viento en el pelo y unas gotas en el rostro. Ignorándolo, corrió adelante para después de unos minutos girar en una calle antigua. Su taconeo se difundió con más fuerza en la carretera de cantos rodados, acallándose cuando algún tacón cayó en la ranura. Los edificios eran altos y pintados de color de arena, adornados con flores en macetas colocadas en las terrazas. En la calle no había gente, excepto unos niños ocupados de jugar la pelota. Esa tranquilidad y harmonía le era tan ajena en ese momento. Intentó recopilar los acontecimientos, esforzó su mente para acordarse bien de aquel anillo de esponsales de su tía, que por su belleza y peculiaridad se quedó en la mente de Victoria cuando niña y se hizo el objeto de su deseo. ¡Cuán feliz era la tía con su novio joyero quien había diseñado ese anillo únicamente para ella! No había otro igual. La lluvia se intensificó, así que Victoria aceleró y salió a una plaza con cafeterías llenas de gente. El ruido de las conversaciones le llevó a la mente todas sus citas con el hombre. ¿Es posible que sea el mismo anillo?¿Cómo, entonces, había llegado a sus manos?¿Se conocían y la tía se lo había regalado? Y por fin: ¿es posible que pudiera reconocer el anillo después de tantos años si había visto a su tía solamente una vez en su vida? Los pensamientos sobrevolaban por su cabeza en búsqueda de alguna explicación lógica. Percibió un edificio alto y suntuoso con unos coches característicos delante, de esos que, cuando los ves, de repente te pones nervioso aunque no hicieras nada malo. Se paró con la vista clavada en la placa con el nombre de la institución que se encontraba dentro. Se acordó de cada caricia, cada mirada tierna y todas las palabras dulces que experimentó en el último tiempo. Estaba convencida de que era una simple coincidencia. El amor luchaba en su corazón con el sentido de la obligación del cumplimiento de la promesa hecha a sí misma unos meses atrás. Una simple lágrima corrió por su mejilla. Victoria la secó con un movimiento de la palma y dio un paso adelante...

 

 

 

Por el hilo se saca el ovillo

 

Una pesada puerta de latón se cerró de golpe con un estruendo, encarcelando al hombre para los próximos veinte años. ¿Porqué lo hizo? No era un asesino en serie, solamente seducía a unas mujeres ricas, con grandes propiedades, junto con su hermano menor. Nunca los lograron capturar, ya que siempre actuaban con mayor prudencia.

No había planeado hacerlo, pero las circunstancias lo esforzaron a actuar de manera más resuelta que antes. Al enterarse de que su nueva víctima fue enferma de muerte, no tardó en tomar pasos radicales para acelerar lo que más tarde o más temprano iba a llegar y para entrar en posiesión de todos sus bienes en lugar de los herederos legítimos. Acechó por la noche cerca de su casa para matarla con crueldad mientras ella dormía y huir con su dinero y los objetos más valiosos. A pesar de lo que toda la familia pensaba, la tía Ana no era pobre como una rata: antes de que su novio murió, había tranferido todo su taller de joyería a ella, junto con las joyas de las que muchas estaban en la casa de la mujer, ya que le encantaba admirarlas y usar a veces para conservar la memoria de su difunto amor. Pero el juguete más valioso era el anillo de esponsales al que nunca se unió la argolla, un anillo particular, que le recordaba la envidia de los competidores de su novio que luego ocurrió ser la causa de su muerte. A pesar de eso ella nunca se separaba de él, cuidándolo como el ojo de la cara.

El hombre, al hacerse consciente de su acto, buscó ayuda a su hermano Paolo. Le pidió que llegase a Madrid y le ayudase en borrar las huellas. Paolo llegó desde Nueva York, donde había logrado seducir a una mujer, de lo que Victoria había oído en la radio la última noche de su estancia en América. Al legar, su hermano Antonio le mandó que guardara bien el anillo para que nadie lo encontara. Ese lo puso en la mesita de noche de su habitación para después buscar un lugar adecuado, pero se olvidó por completo del asunto. Por la suerte de Antonio, nadie descurbió al responsable del asesino, porque actuaba guardando todas las medidas de precaución. Además lo hizo por la noche, cuando la mujer dormía, por consiguiente, ella ni siquiera logró emitir cualquier sonido. El denunciante ocurrió ser el mismo Paolo, quien, al enterarse de que la siguiente mujer que iba a caer su víctima era la sobrina de la asesinada, no cortó la relación. Por el contrario, se involucró en la unión. La avidez de dinero era más fuerte, así por lo menos se lo explicaba a sí mismo. En realidad, aunque no quería admitirlo, era la primera mujer a la que no mentía diciéndole cumplidos y la primera de las seducidas que había despertado el sentimiento en su corazón. Por eso no dijo nada a Antonio cuando se dio cuenta de que la tía difunta de Victoria era la misma mujer de cuya muerte querían olvidarse tanto los dos. Cuando unos policías penetraban su casa y unos otros hacían lo mismo con la casa de su hermano, Paolo, empujado por el amor hacia Victoria, reveló toda la verdad para que la mujer pudiera recuperar la calma y vengar la muerte de su tía. Tomando en cuenta esas circunstancias atenuantes, el tribunal lo condenó a 8 años de privación de libertad.